Isabel Velasco con Rafael Bonilla, fundador de la Sociedad de Medicina Alternativa. Julio Estrella / EL COMERCIO
Rafael Bonilla sabe que no es la primera opción de sus pacientes. En su consulta en la República de El Salvador, norte de Quito, los teléfonos no dejan de sonar en busca de citas. El día de la entrevista, el reconocido acupunturista que no trabaja los fines de semana, pasa de una sala a otra, con sus agujas. Admite que antes de decidirse a buscarlo, todos pasan por la medicina occidental.
Sor Claudia, dominica de clausura del Monasterio de Santa Catalina, tiene 55 años. Y desde el 2004 se puede decir que es devota de la medicina alternativa. También de este doctor, que entre sus cartas de presentación exhibe la de haber sido el primer latinoamericano con un máster en Acupuntura, obtenido en China.
Los otros doctores -relata la monjita- recetan tantas pastillas, y luego el gran perjudicado es el estómago. Además, confirma, “con la acupuntura sí se siente un alivio real”.
En junio de este año, la Organización Mundial de la Salud publicó su nueva Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE- 11). Incluyó capítulos sobre medicina tradicional, entre los que constan técnicas como la acupuntura.
En Ecuador se reconoce a las medicinas alternativas y complementarias. En el 2014 se publicó el Reglamento que regula el ejercicio de los profesionales especialistas en medicinas alternativas, a través del Acuerdo Ministerial 00005001.
Dos años después, con el Acuerdo 00000037, se expidió la Normativa para el ejercicio de terapias alternativas, entre otras reiki, medicina andina, naturopatía, tai chi, etc. Hay 649 terapeutas autorizados.
Desde que sintió la efectividad de la acupuntura, técnica milenaria, la monjita se convirtió en su ‘publicista’. Una compañera se cayó y se torció un pie. Vio traumatólogos, la enyesaron, le recetaron cortisona (antiinflamatorio), pero no sanó hasta que la oyó y visitó a Bonilla. “Hay que aguantar el pinchazo, que sí duele”.
La acupuntura es una ciencia compleja, que estimula puntos bioeléctricamente, para provocar reacciones, dice Bonilla. “Es más que poner agujitas”, precisa. Calcula que ha tratado a más de 200 000 personas.
Cuando alguien busca que le pongas agujas -apunta- es porque está mal. “No es su primera opción, es casi la última”.
Francisco Ramos, profesor de Deportes en la USFQ, de 35 años, es otro de sus pacientes. “Tenía mal todo, problemas en riñones, amigdalitis, conjuntivitis”, responde sobre los síntomas que presentaba.
Tras algunas sesiones se sentía “como nuevo otra vez, sano”. Contó que además de los pinchazos, le ha recetado zumos y algo para mejorar su inmunidad, no químicos.
¿Cuál es la clave? “No vemos a la enfermedad sino al enfermo”, anota Edgardo Ruiz. A este doctor, con 40 años de practicar la acupuntura en la ciudad, le preocupa lo que considera sobrediagnóstico y sobremedicación.
En vano se receta demasiado para calmar síntomas, asegura Ruiz, en su consulta en la Tamayo y García, centro norte de Quito. Los síntomas -reitera- son formas a través de las que el cuerpo trata de compensar lo que está dañado. “Alguien tose cuando siente un estorbo en las vías respiratorias, entonces la tos es buena”.
Desde 1979, la OMS reconoce a la acupuntura como eficaz para tratar al menos 49 enfermedades y trastornos.
Bonilla trata espondilitis anquilosante, artritis reumatoide, migrañas, asma, colon irritable, neuralgias, rinitis, incluso problemas de comportamiento de los niños y alergias en los bebés, secuelas de cáncer. Algo parecido cubre Ruiz, quien estudió en Argentina.
El Ministerio de Salud cuenta con 18 establecimientos y profesionales que ofertan servicios de homeopatía, acupuntura y moxibustión, en el país.
A nivel privado se registran 116 profesionales. Algunos seguros sí cubren hasta tres sesiones de acupuntura. Pero varios de los tratantes, al ser médicos de base, prefieren pasar las facturas como una consulta por un mal determinado.
La acupuntura, defiende Ruiz, despierta defensas del cuerpo. “Es como un interruptor, que activa centros a distancia, que van a órganos internos”. A una paciente le pone una aguja en el pie, para mejorar algo en su estómago.