Rafael Chimbo, de 38 años, aprendió a lustrar calzado apenas terminó la escuela. Tiene su puesto en los bajos del Palacio Arzobispal. Foto: EL COMERCIO
Están en la Plaza Grande desde que sale el sol hasta que anochece. 16 betuneros tienen sus puestos de trabajo a lo largo de la calle Chile, entre la Venezuela y la García Moreno, en pleno Centro Histórico de Quito. Todos los días, desde las 07:00 se ubican en uno de los arcos frente al Palacio Arzobispal y con franela en mano buscan clientes.
Todos cuentan con un asiento de madera con soporte para colocar el pie, que el mismo Municipio les facilitó años atrás. Costaba USD 600, pero debieron pagar USD 300 a cómodas cuotas.
Quien lo explica es Rafael Chimbo, de 38 años. Sus dedos, manchados de negro alrededor de las uñas y en las hendiduras de las manos, dan cuenta de su oficio.
Se acomoda en un pequeño banco de madera, le pide al cliente que se siente en una silla más elevada, le entrega un periódico y empieza su trabajo. Toma el cepillo, le retira el polvo al zapato, toma la tinta y la esparce por el cuero mientras cuenta que aprendió a lustrar calzado apenas terminó la escuela.
Sabe leer, escribir, sumar, restar, multiplicar… pero no pudo seguir el colegio porque debió trabajar para vivir.
Un amigo le enseñó el oficio de betunero y, desde entonces, vive de eso.
Trabaja en ese mismo lugar todo el día. Se retira aproximadamente a las 19:00, aunque depende del clima. La lluvia, dice, espanta a los clientes y les ensucia los zapatos por lo que en invierno la demanda de sus servicios baja.
Cuando le va bien, llegan hasta 50 clientes y logra reunir USD 20. Cada limpieza cobra USD 0,50. Si es bota alta, USD 2. Cuando le va mal, no reúne ni USD 5.
Con eso mantiene a su esposa y a sus cuatro hijos. Su esposa también trabaja.
Juan Pala es otro de sus compañeros. A sus 68 años todavía debe trabajar. Nunca tuvo un empleo en el que lo afiliaran por lo que en su vejez, si no trabaja, no come. Cuenta que con lo que gana paga la renta y los servicios básicos. Además, debe adquirir los materiales: compra bacerola, cepillos, tintas, gamuzas, franelas. El betún, por ejemplo, cuesta USD 3 y le dura una semana.
Son trabajadores independientes a los que el Municipio organizó para dar los permisos respectivos. No pagan por el puesto de trabajo, pero sí cancelan cada año un valor por las patentes y regalías, cerca de USD 11 cada año. “Todo trabajo es digno. Nosotros somos buenos, pero algunas personas nos temen. Ojalá la gente al menos no sonriera”; dice Pala.