Una mano embutida en un grueso guante de látex rojo se sumerge en un caldo de agua oxigenada, impurezas del campo y calor de 60 grados.
La mano que entrevera los sombreros de paja toquilla es de Juan Javan, quien se ha dedicado a esta actividad durante los últimos 20 años, en la fábrica de Homero Ortega, en Cuenca.
Así es como se blanquean los sombreros. Normalmente es suficiente con una noche, aunque los de mejor calidad pueden tardar hasta 12 días, ya que sus fibras son más delgadas.
Si se ha usado paja muy tierna para hacer el sombrero, se tornará verde al sumergirlo en esta candente mezcla. Pero si eso no sucede, pasará a la siguiente prueba.
En una olla donde fácilmente cabría una familia, el agua hirviendo espera por otra tanda de impolutos sombreros. Ahí, una larga pala de madera hará las veces de guante y mano. Mezclará las fibras de la paja con anilinas naturales que se fijarán con el calor.
Después de estar sumergidos hasta 45 minutos en ese infierno acuático, los sombreros dejarán de ser blancos para siempre. Ni el agua ni el clima será capaz de cambiar esto.
Estilados como están, los sombreros son llevados al patio para que se sequen, luego pasan al área donde se les dan forma. Este trabajo lo realizan los maestros compositores, como Juan Reascos, quien se ha dedicado a este oficio durante 21 años.
Reascos no utiliza ni guante ni pala. Para manejar la máquina donde se da forma a los sombreros, que está a una temperatura de 90 grados, solo utiliza su mano desnuda. Los años y la repetición les han dotado de la consistencia y textura para soportar semejante trance, pero nunca es ajena alguna quemadura.
En un día cualquiera, hasta 300 sombreros pasan por este proceso. Normalmente, se necesitan 30 segundos para completar el moldeado, pero los sombreros más finos exigen, muchas veces, triplicar este lapso, ya que la paja de la que están hechos es más fina y el calor no la domeña fácilmente.
Como la moda ha ido cambiando constantemente, los moldes han mutado con ella. En esta fábrica, tienen la posibilidad de crear 80 diseños diferentes.
Un molde para un modelo, y los de carne y hueso han sido muchos, y han ido desde los personajes de la belleza como las miss Universo Amelia Vega y Jennifer Hawkings, la reina de Cuenca Ana María Crespo, miss Ecuador María Susana Rivadeneira; intelectuales como Mario Vargas Llosa o el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, actores de Hollywood como Danny Glover o Bruce Willis, incluso la princesa Ana de Inglaterra.
Sin duda, estos sombreros que datan desde antes de los tiempos de la conquista española siguen seduciendo al mundo con la suavidad de su acabado. Esta es la causa de que se necesite hasta cinco meses para tejer solo un sombrero fino de paja toquilla. Obviamente, su precio también está acorde con el trabajo, que puede llegar fácilmente a los USD 1 000.
Con la colocación de la etiqueta con el precio se llega al último paso de la cadena del sombrero de paja toquilla, que se inició con las hábiles manos de los tejedores, quienes son contratados a destajo. Con sorprendente habilidad entrelazan sombreros sin pausa, que llegan a la fábrica directamente a la bodega en donde los espera Juan Criollo.
Una mesa y tres bloques de madera son las herramientas con que Criollo trabaja en la bodega donde se apilan miles y miles de sombreros que ocultan las paredes y llegan hasta el techo.
Uno a uno, Criollo los va colocando sobre cada bloque para medir su diámetro. Con una variación de dos medidas por bloque, las dedos como arañas detectan la más mínima diferencia del tamaño. Luego, envía el sombrero al grupo de su medida, estas van desde la 56 hasta la 63.
Criollo no sabe cuántos sombreros tabula y tampoco lleva la cuenta de cuántos le faltan para acabar.