Casi todos los días, desde el Gobierno de Cristina surge alguna medida contra la prensa, alguna presión velada o alguna referencia crítica. El problema es que los medios muestran una realidad que desagrada al oficialismo.
Durante los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner se atacó con nombre y apellido a algunos periodistas y la atención se dirigió contra algunos diarios.
Luego, el mecanismo oficial de presión se perfeccionó: sin dejar de criticar a la prensa, el Gobierno se dio cuenta que, con la distribución discrecional de la pauta publicitaria, podía penetrar al periodismo, beneficiando a amigos y castigando a los independientes.
Paralelamente, nunca se facilitó el acceso de información , a tal punto que la Argentina no cuenta con una ley de acceso. Desde la segunda mitad de este año, la intensidad de las presiones creció exponencialmente:
1) El Congreso aprobó la ley de medios, aprobada irregularmente y que contiene artículos que ponen en serio riesgo la libertad de expresión y la continuidad de las licencias bajo la excusa de fomentar un pluralismo que existe ahora mismo.
2) El Ejecutivo presionó y obtuvo la anulación de un contrato por el cual un grupo económico transmitía el fútbol, pero acaba de anunciar que licitará la transmisión para devolverla al sector privado (a otro grupo más afín o menos crítico).
3) Desde la Secretaría de Comercio se amenazó con estatizar o intervenir Papel Prensa, proveedora de papel para 170 periódicos argentinos de distinta propiedad y línea editorial.
5) El Sindicato de Camioneros, bajo el pretexto de una puja por el encuadramiento gremial de los distribuidores de periódicos y revistas, obstaculizó la circulación de los diarios sin que la Justicia haya intervenido para castigar ese delito penal.
6) Y, ahora, un Decreto del Poder Ejecutivo interfiere en los procesos de distribución y circulación de los medios impresos.
Notoriamente, con el correr de los años, el Gobierno incrementó la presión: pasó de las referencias y presiones más o menos abiertas contra la prensa, que buscaban complacencia o al menos autocensura, a mecanismos más claros de censura directa y de restricciones indirectas.
El motivo es obvio: el crecimiento de la pobreza, la corrupción, el resquebrajamiento del tejido social, la inseguridad y, en general, el inconformismo del pueblo con el gobierno están allí, a la luz del día. Y los medios no hacen más que reflejar esa realidad, que también es palpable en el resultado de las elecciones. Para el Gobierno es malo perder elecciones y, sin duda, aun creyendo en su buena fe, ha de considerar mal que todos aquellos problemas sociales subsistan sin resolver. Pero lo que el Gobierno no perdona es que los medios los reflejen. No soporta la realidad.
La Nación, Argentina, GDA