La ocupación de los albergues se definirá luego de un censo del MIES

La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados ha otorgado carpas para el montaje de un campamento en el exaeropuerto de Portoviejo. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados ha otorgado carpas para el montaje de un campamento en el exaeropuerto de Portoviejo. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados ha otorgado carpas para el montaje de un campamento en el exaeropuerto de Portoviejo. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

La realidad de los damnificados del terremoto del pasado 16 de abril tiene dos caras. Unas personas han improvisado y levantado sus ‘casas’ con cartones, maderas, plásticos, lonas, pedazos de láminas de zinc y se han instalado en parques, colegios y espacios públicos.

Otros, en los albergues, viven en carpas donadas, resistentes al agua, tienen divisiones, colchones, electricidad y agua. Además, disponen de alimentación, comedor, servicio médico, recreación, baterías sanitarias, veterinaria y hasta seguridad.

Para reducir este contraste, el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) emprendió una depuración sobre la situación de los damnificados. En los albergues, hay casos de gente que ocupa estos sitios, porque sus casas colapsaron, las estructuras tienen grietas, sienten miedo de volver a sus hogares o aspiran a obtener ayuda para adquirir una vivienda propia.

Para identificar la situación de cada familia se hará un censo. Equipos técnicos validarán la información para constatar quienes tengan un sitio seguro donde permanecer y quienes no, sostuvo Diego Villagrán, teniente coronel encargado de la administración del albergue de Portoviejo.

En el norte, en el exaeropuerto Reales Tamarindos de Portoviejo, en Manabí, Ana Vinces y sus cuatros hijos, viven en una de las 185 carpas donadas por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados. Los miedos que generó la experiencia del terremoto en sus hijos le obliga a quedarse en este albergue.

El departamento que ocupaba antes de que se produzca el movimiento telúrico tiene grietas en el baño, en la planta alta. En el primer piso vive su mamá, quien le ha ofrecido amparo, pero ella prefiere seguir ocupando una parte de la expista aérea con su familia. Aspira recibir ayuda del Gobierno. “Siempre he luchado para adquirir una vivienda propia, yo podría pagar cuotas máximo de hasta USD 150”.

Eduardo Chinga y su familia atraviesan una condición parecida. Tras el sismo, sus hijos se quedaron con un trauma y se rehúsan a entrar en su casa. Aunque la vivienda no tiene daños mayores, ellos prefieren seguir en el albergue por la seguridad emocional de los menores.

Mientras superan esta experiencia, cada mañana los adultos salen del lugar y van a su hogar, ubicado cerca de la Zona Cero. Ahí lavan la ropa, van al trabajo y retornan por la tarde. Los menores se quedan en el campamento y realizan actividades recreativas. “Cuando los niños estén poquito mejor volveremos a la casa”.

Según el último informe el albergue del exaeropuerto de Portoviejo es ocupado por 1 409 personas. En toda la zona afectada por el terremoto hay 47 albergues, la mayoría está en Manabí (30). En total se cuentan 22 754 personas en estos lugares, según el último informe de la Secretaría Nacional de Riesgos (SNGR).

En los albergues, la gente que ingresa es más en relación con la que sale. María Dolores Monge, quien apoya en la administración del albergue de Portoviejo y es trabajadora social del MIES, comentó que a diario de 10 familias que llegan, una se va. “Hay gente que está aquí por temor a regresar a sus casas y otras personas que perdieron sus viviendas siguen en los refugios temporales”. Estos ocupan alrededor de 30 sitios. Son más de 500 personas y no tienen las condiciones dignas para vivir.

Uno de los albergues está en el parque Cayambe, en el centro. Tras el terremoto, esta área recreativa se convirtió en una especie de miniciudadela. Las casas improvisadas están sobre las jardineras. Los muebles que se lograron recuperar permanecen amontonados.

Desde la ‘ventana’ de lo que hoy es su vivienda, Zoila Mendoza, moradora del centro de Portoviejo, contempla el terreno donde estuvo edificada su casa de madera. Era de dos plantas y ahí vivía con su esposo, hijos, nietos. Pero el terremoto se lo llevó todo.

Ahora Mendoza y su familia compuesta de 12 integrantes han hecho del parque su hogar. Las camas están alineadas como en un hospital. Usan cobijas o tablas para separarlas unas de otras, tienen la cocina y al fondo un minitaller. Su esposo que se dedica a la cerrajería no ha dejado de trabajar. Ellos no tienen intención de ir a un albergue. Su familia es grande y creen que no conseguirán una carpa para tanta gente.

La aspiración de Mendoza es obtener los recursos económicos para empezar a construir una nueva casa. “Yo no quiero una casa elegante, nunca he vivido así, pero sí necesito que me ayuden”.

En contexto

Las personas que perdieron sus viviendas tras el sismo de 7.8 grados han buscado mecanismos para continuar con sus vidas; ocupan refugios improvisados o albergues, mientras se define la reconstrucción de las zonas afectadas por este movimiento telúrico.

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