El Tiempo de Bogotá/GDA
Cuando los McCourt eran niños en Limerick (Irlanda) fue tan pobre su familia que tres de los seis hermanos murieron víctimas de la miseria.
Su padre, alcohólico, los abandonó y los hijos que sobrevivieron lo hicieron gracias a su madre, que mendigó en las calles y atravesó toda suerte de calamidades, desde el hambre y el maltrato hasta la incomprensión de sacerdotes católicos y educadores psicorrígidos.
Finalmente, los McCourt regresaron a Nueva York, donde algunos de ellos habían nacido. Allí, Frank se hizo maestro y su hermano Malachy, actor.
En 1996, Frank escribió sus memorias, en las que buscaba “entender el significado de una vida insignificante, como era la mía”. Tituló el libro ‘Las cenizas de Ángela’, en homenaje a su madre, muerta en 1981, y, a pesar de que era su debut como escritor y carecía de nombre y de conexiones, tuvo éxito inesperado e inmediato.
Gracias a la recomendación inicial del prestigio boca a boca, vendió más de 4 millones de ejemplares y alcanzó una fama que no había soñado: lo premiaron con el Premio Pulitzer y el Premio del Círculo de Críticos Bibliográficos.
Más tarde, su obra fue llevada a la pantalla y ayudó a vender nuevas memorias suyas y dos libros de Malachy. El éxito de ‘Las cenizas de Ángela’ no es más que un nuevo y contundente ejemplo del poder de la literatura. Miseria como la que describió McCourt y, aún peor, la conocen millones de niños en el mundo.
¿Por qué esta familia, que en los años treinta y cuarenta padeció hambre y frío, ha conmovido tan hondamente a los lectores de finales del siglo XX y comienzos del XXI? La respuesta no es otra que la capacidad de la literatura para emocionarnos y penetrar en el alma humana. Lo había hecho Charles Dickens siglo y medio antes con relatos ficticios y ahora lo conseguía McCourt con una historia real.
Lo más admirable es que esas páginas que han hecho llorar a hombres y mujeres del mundo fueron escritas por alguien que a los 19 años carecía casi por completo de educación formal y luego logró convertirse en memorable profesor de inglés.
McCourt no fue profeta en su tierra. Limerick consideró su libro denigratorio. Sin embargo, el domingo pasado, cuando el escritor falleció en Nueva York, a los 78 años de edad, seguramente muchos de sus paisanos pensaron que allí deberían trasladar un día las cenizas de Frank.
“Aunque todo el mundo llora hoy la muerte de Frank McCourt el escritor, él siempre se vio a sí mismo como profesor”, escribió Kevin Cullen, columnista del Globe de Boston y amigo de McCourt desde hace 20 años. Cullen explica que el escritor veía la TV en su modesto apartamento de Nueva York cuando vio un anuncio de la organización Feed the Children y se puso a llorar de forma incontrolable. “Lloraba”, le confesó el autor, “porque yo sabía lo que es tener retortijones por el hambre”.