Vacilante en su política exterior, que se evidencia en particular en los titubeos de la Casa Blanca en los casos de Iraq, Siria y Ucrania, Barack Obama asiste ahora al virtual enterramiento de la reforma migratoria. En los planes del Mandatario de Estados Unidos, esta debía ser el programa faro de su segunda (y última) administración y de su política doméstica.
¿Qué llevó a este escenario? Al igual que antes, la negativa del ala más conservadora del Partido Republicano en la Cámara de Representantes de Estados Unidos de someter la enmienda a votación, al menos en este año.
Una reforma que, en primer lugar, estaba programada para ofrecer un alivio a los alrededor de 11 millones de ‘sin papeles’, la mayoría de ellos de origen latinoamericano, que se hallan en territorio estadounidense.
¿Qué se viene después para los inmigrantes indocumentados? Posiblemente, nada halagador, pues el Jefe de la Casa Blanca solo podrá manejar el tema migratorio por decreto.
En estas circunstancias, es poco lo que podrá hacer en un asunto que, a ese paso, pudiera convertirse en otra de las promesas incumplidas del primer Jefe de Estado afroamericano en la historia de EE.UU. En la lista de ofertas de Obama, que no se han concretado, se incluye, por ejemplo, el cierre definitivo de la prisión de Guantánamo.
El congelamiento de los cambios en la normativa migratoria, asimismo, coincide con la crisis humanitaria que se agudiza en la frontera sur de la primera economía del planeta. Desde hace ocho meses, una avalancha de menores de edad solos e indocumentados, unos 52 000 según las cifras oficiales, ha llegado a la zona fronteriza. La mayoría procede de Guatemala, Honduras y El Salvador.
Nada asegura que la oleada de niños centroamericanos cesará. Detrás de ese ilegal negocio se mueven peligrosas redes de tráfico de seres humanos, que solo sacarán beneficios del entierro (¿temporal o definitivo?)de la reforma migratoria en EE.UU.