El carisma de Obama brilla con gran intensidad. Recientemente, logró avances sustanciales en Rusia al eliminar las amenazas que Putin había convertido en forma de expresión al estilo de la guerra fría.
En la reunión de los Ocho, prevaleció su suavidad negociadora que aún desconcierta al mundo.
El reconocimiento que hizo de su sangre africana en Ghana fue un mensaje de aliento a un continente que lucha por ser viable frente a rezagos ancestrales.
A pesar de los éxitos presidenciales, la diplomacia estadounidense no ha recogido frutos de esa popularidad. Los transgresores del orden constitucional en Honduras leyeron acertadamente como debilidad que Estados Unidos no impusiera sanciones.
La visita de la secretaria Clinton a India confirmó que, pese a la tolerancia con sus armas nucleares, los indios no son aliados al estilo de Japón o Alemania. Con tono brusco, rechazaron que se les señalara como contaminadores. Sonia Gandhi lideró el tono tenso de la visita, obligando a un repliegue occidental contra una economía que contamina y crece.
En estos días, Israel continuó construcciones en Jerusalén desafiando lo acordado, mientras el diálogo con Irán se ensombrecía por las elecciones cuestionadas. A seis meses de la era obamista, los republicanos descalifican la política exterior demócrata.
En el ámbito interno subsisten los principales desafíos, que se complican con el avance de semanas sin logros reales.
La joya de la corona es la reforma de seguridad social, que plantea la interrogante clave de si Obama es capaz de domar a Washington como lo prometió o este se impondrá dejando un legado de buenas intenciones incumplidas.
“Los cínicos y negativos están dinamitando las reformas”, dijo hace unos días. Las dudas crecen en su partido, en el que se cuestionan los compromisos para alcanzar nuevas formas de controlar a
Wall Street o los compromisos ambientalistas que entorpezcan el desarrollo. El cambio climático no es tema de preocupación de los legisladores.
Los apoyadores presidenciales esperan que cumpla la promesa de derrotar a los grupos del poder convencional, que han prevalecido por encima del electorado.
Los escarceos que hemos visto parecen indicar una excesiva cautela de un presidente que puede terminar el año sin mayores avances, tratando de acomodar fuerzas. Si este es el caso, estará siguiendo los pasos de Clinton, enredado en las mieles de la prudencia, sin la confianza de sus seguidores y perdiendo el control legislativo en 1994.
En Europa, donde los liderazgos son endebles, se percibe con ansiedad la posibilidad de un descalabro de Obama, que tendría un impacto negativo en el mundo.
El Universal, México, GDA