La noticia positiva llegaba hace pocos días desde Guyana. Algo digno de resaltar entre muchos temas polémicos y tensos que marcan nuestra vida nacional. Se trataba del encuentro de los presidentes de Colombia y Ecuador y el anuncio del pronto nombramiento de embajadores.
Que los presidentes Juan Manuel Santos y Rafael Correa tengan puntos de vista distintos sobre diversos aspectos de su propia concepción del ejercicio del poder es algo comprensible. Pero que ello afecte a la tradicional e histórica relación de ambos pueblos no era llevadero.
Las relaciones entre ambas cancillerías se estropearon sensiblemente cuando en el 2008 efectivos del Ejército colombiano penetraron en territorio ecuatoriano y en franca violación a la soberanía nacional atacaron y exterminaron un importante campamento donde operaba un comando de las clandestinas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC y mataron al cabecilla de ese grupo considerado como narcoterrorista, quien se hacía llamar Raúl Reyes.
La verdad sea dicha, una tremenda violación a esa misma soberanía significaba la presencia de esa instalación y la detección en años cercanos a esa fecha de un centenar de campamentos insurgentes colombianos en nuestro territorio.
La reacción del Presidente ecuatoriano fue contundente. Se sintió engañado por el presidente Uribe Vélez, con quien hasta ese momento llevaba una fluida relación.
Consecuencia del ataque de Angostura: la ruptura inmediata de relaciones y el llamado del embajador ecuatoriano en Bogotá y la expulsión del máximo diplomático colombiano de Quito.
Llegaron otros tiempos distintos provistos de su propia dinámica y las dificultades para restablecer relaciones se presentaban como mayúsculas, desde la propia actitud y férreo punto de vista del presidente Correa manifiesto en los foros internacionales posteriores a la incursión armada y en distintas expresiones públicas.
Llegaron también los buenos oficios del Secretario de la OEA y de otras misiones de buena voluntad que intentaban acercar posiciones y atenuar tensiones.
Funcionaba en los días del ataque un Grupo de Diálogo Binacional, alentado desde su formación por el Centro Carter y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Se trataba de un grupo interdisciplinario independiente, de académicos, diplomáticos, algunos personajes cercanos a los gobiernos y periodistas que nos habíamos reunido en varias ocasiones para identificar los problemas comunes que alguna sabia y premonitoria visión percibía como perturbadora de la histórica relación.
El talento, la buena voluntad y experiencia del ex presidente de EE.UU. Jimmy Carter aportaron de modo positivo y efectivo.
Los contactos iniciados por los ex cancilleres y la reanudación de relaciones del año pasado tienen ahora continuidad. Es una buena noticia.