Gladys Ordóñez (der.), dirigente de La Magdalena Central, en la calle Princesa Paccha. Foto: Galo Paguay / El Comercio
En una villa, de aquellas que se levantaron hace más de medio siglo en La Magdalena, en el sur, se divisan dos letreros con un mismo nombre: “Princesa Paccha”, una mujer. Algo inusual en las calles de Quito.
De las 11 696 vías de la capital, solo 3,3% llevan denominación femenina. Esa cifra es incluso superada por la de distintivos que usan flora y fauna (18,9%). El 30,9% es de hombres. El resto corresponde a fechas, ciudades, países y a códigos alfanuméricos.
El martes 16 de marzo, el Concejo de Quito aprobó una ordenanza que busca que el número de calzadas con nombres de mujeres aumente.
En La Magdalena también están las calles Princesa Toa y María Duchicela.
Gladys Ordóñez, dirigente del barrio del sur, viaja al pasado para compartir lo que los vecinos repiten: en el lugar hubo asentamientos indígenas, antes de la conquista española, incluida la comunidad conocida como Machangarilla. Por eso, las calles llevan nombres de personajes: hombres y mujeres de pueblos originarios.
El legado está tan vivo, que actualmente se plasma en paredes del barrio elementos como vasijas, trajes típicos y más.
Esas calles, además, han albergado por años manifestaciones culturales como fiestas con danzas y costumbres que rememoran épocas pasadas.
En La Magdalena, las vías tienen que ver con su identidad.
Patricio Guerra, cronista de la ciudad (e), habla de que ese es el espíritu que debe proyectar la Ordenanza, pues “no se trata solo de una placa”.
Guerra lidera la investigación para tener una primera lista de nombres femeninos que pueden estar en calles de Quito. Para él, el desequilibrio existente hace pensar que la historia solo la escribieron los hombres.
Aún no hay un número fijo de mujeres que estarán en el listado, dependerá de la indagación en marcha. No se dejará fuera a personas que se destacaron en la música, liderazgo comunitario, el teatro y más.
Entre ellas Marina Moncayo, de los escenarios; Lupe Rumazo, poeta y ensayista; Dolores Cornejo, acusada de azuzar la revuelta en San Roque.
Desde la sanción de la ordenanza corren 45 días para presentar el listado. A la par, la Empresa Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas propondrá la reasignación o rectificación de nombres y un inventario de aquellas vías que no tienen distintivos.
Y en todas ellas la idea es poner nombres de mujeres. Algo poco común en el devenir de las calles quiteñas.
El historiador Alfonso Ortiz explica que la primera nomenclatura oficial, probablemente, se hizo alrededor de 1870.
Guerra agrega que para identificarlas se las nombraba como el vecino más conocido, o con alguna actividad o un accidente geográfico. Como la Calle del Suspiro (la actual Olmedo), que alude a una cuesta.
Ortiz relata que en un plano editado por el Padre Juan Bautista Menten, en 1875, ya aparecen nombres como el de García Moreno, en todo el recorrido de la vía.
Antes, la misma vía tenía distintivos según el tramo: al iniciarse en El Panecillo se llamaba Calle de la Cruz de Piedra. Desde ahí, las nuevas denominaciones estaban relacionadas con los héroes de la Independencia (Sucre, Bolívar) y con los inicios de la República (Flores, Rocafuerte).
Estos se han mantenido desde hace más de 140 años, con pequeños cambios: la Bolivia, por ejemplo, pasó a ser Espejo. En esa primera etapa, no había vías con nombres de mujeres.
Donde sí se asignó nomenclatura femenina desde los orígenes fue en Ciudad Bicentenario, en Calderón.
La calle Manuela Cañizares, en el cruce con la Cuero y Caicedo, en Ciudad Bicentenario. Foto: Diego Pallero / El Comercio
En el sitio, a la cabeza de la dirigencia está una mujer: Andrea Encalada. Ella recuerda que el proyecto de vivienda nació como una necesidad de organizaciones sociales y familias de sectores vulnerables.
Las calles del sector, desde el comienzo homenajean a personajes de la Independencia. Aun así, de las 12 vías, tres llevan nombres femeninos: Manuela Espejo, Manuela Sáenz y Manuela Cañizares.
No pasa igual en la nómina de la dirigencia barrial, donde las féminas son mayoría. Ellas tienen su propia lucha: impulsar el derecho a la vivienda y “dirigir organizadamente el destino de nuestras familias”.
Según la Empresa de Hábitat y Vivienda de Quito, se buscaba que la culminación de la primera etapa del proyecto habitacional coincidiera con los 200 años de la Independencia.
Quizás haya más distintivos femeninos cuando el barrio crezca y llegue a tener 2 500 casas, como se proyecta. Y se amplíe a una nomenclatura que reivindique otras luchas.
Guerra dice que no hay rincón de Quito donde no resuenen nombres como los de las calles de Ciudad Bicentenario. De ahí que el interés es “visibilizar no solo a heroínas sino a la mujer como sujeto histórico”.