Medios de comunicación de todo el mundo registraron la entrega del premio Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo “por su larga y pacífica lucha por los derechos humanos fundamentales en China”. Pero la justificación del premio fue tomada como una afrenta y una “obscenidad” por el Gobierno de un país que expande sus negocios por el mundo.
La condena impuesta a Liu Xiaobo por “incitar a la subversión del Estado” equipara libertad de expresión con “incitación a la rebelión”. Y esto es algo que comprendemos y repudiamos en las democracias liberales, que los gobernantes chinos pero se niegan a aceptar.
La irresistible ascensión china hacia un segundo lugar entre las grandes economías mundiales parece haber vuelto tabú el tema de los “derechos humanos” que quita tantos sueños como vidas. Es posible que los agentes chinos de la élite económica que viaja por el mundo ni siquiera los contemplen en la letra menuda de los convenios internacionales.
El mensaje de China es claro: no permitir que germine y prospere la semilla del disentimiento y las libertades individuales. Tiananmen 1989, debió de estar en la memoria de Liu Xiaobo, y también en las autoridades que lo condenaron. La silla vacía de Oslo evocaba a esos 400 u 800 muertos y a esos 7 000 ó 10 000 heridos.
En diciembre del 2010 no se expulsaron de China, como en el 89, agencias y periodistas extranjeros. Se prohibieron las noticias sobre el Nobel y se censuró el acceso a las cadenas que difundían la noticia. Las técnicas de disuasión política pasan por leyes de la economía e incluyen el chantaje, ayudadas por diplomacias que han puesto al descubierto los papeles de Wikileaks.
En 1989, la condena internacional fue casi unánime. Hoy, a 21 años de aquella represión sangrienta, los países que condenaron al Gobierno chino por el arresto y la pena impuesta a Liu Xiaobo fueron muchos. El pragmatismo con que se manejan los asuntos de la economía con una potencia imprescindible ha borrado o relegado a un segundo plano el tema de derechos humanos y libertades individuales.
A medida que el poderío económico de China se hace evidente, Pekín pondrá condiciones en asuntos para ellos “secundarios”, como el trato a los disidentes, el delito político y la represión de todo foco de oposición. Ya las puso, indirectamente, en el episodio del Nobel de la Paz.
No estoy dispuesto a pensar que China ofrezca paradigmas que volverían más habitable el mundo. No sé hasta qué punto su vertiginoso proyecto de expansión repita errores y crímenes del capitalismo. Sobre los derechos humanos, sobre el ambiente, por ejemplo. Sobre la ética del poder. Sé que al sentarme a negociar con un gobernante chino no podré hablarle de Liu Xiaobo ni de la masacre de 1989, ni mucho menos de “derechos humanos”.