Geovanny Tipanluisa. Redactor
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En la improvisada cancha de fútbol, el polvo cubre a cinco niños que patean una vieja pelota de fútbol.
La única calle polvorienta de Salvador Allende, un recinto asentado en la periferia de Quevedo y lleno de casas deterioradas, cada tarde es ocupada por los hijos de Klénder Moreira y Bella Cedeño (ambos de 38 años).
Es mediodía del martes y la mamá de los niños camina en sandalias por el pequeño cuarto de caña guadúa en donde viven. No puede hacer esfuerzo físico, porque se recupera de una reciente infección vaginal y tiene dolor.
Hace dos semanas, en el Subcentro público que opera en el lugar le detectaron el problema y pidieron que los medicamentos los adquiera en una farmacia. Eso es imposible para ella. Su esposo no halla trabajo en las construcciones y no saben de dónde obtener USD 25 para la receta.
Quevedo es uno de los 13 cantones de la provincia de Los Ríos. Allí, la pobreza afecta al 20% de los 300 000 habitantes.
En sus estadísticas, la epidemióloga Francisca Falconí registra que los principales problemas de salud son parasitosis, salmonelosis (producida por ingerir comida contaminada) y enfermedades respiratorias agudas causadas por el hacinamiento generalizado en las zonas marginales.
Pablo tiene ocho años. Es el tercer hijo de los Moreira y el que más problemas arrastra por los parásitos. Su estómago está abultado y el color de los ojos se tornó amarillo. Desde hace una semana, los papás quieren que un médico lo atienda, pero en el Hospital Sagrado Corazón de Jesús, el principal centro público de Quevedo, no logran un cupo. “Hay que madrugar a las 03:00 y cuando se llega dicen que no hay quien revise”, cuenta Moreira. Y para ir a una de las 24 clínicas que operan allí no tiene dinero.
La falta de atención en los hospitales públicos hace que la gente acuda a los consultorios de medicina natural. La Dirección de Salud de los Ríos calcula que en toda la provincia existen al menos 70 personas dedicadas a esta actividad, 20 más que en 2008.
Junto a la casa de los Moreira vive Inés Ocles. De pelo cano y gruesa contextura, esta quevedeña tiene 58 años y hace 40 comenzó a ‘curar’ a la gente. De su pequeña casa de madera saca un cartón lleno de frascos. Con su ronca voz dice que cada una contiene medicamentos para enfermedades como el cáncer, sida, próstata… Ella atiende a Bella Cedeño y “con hierbas naturales” poco a poco la recupera de la infección. “Acá viene la gente que no es atendida por los médicos del hospital y se va sanita por USD 2”.
Las enfermedades se agudizan por la falta de agua y alcantarillado que afecta al 30% de la población de Quevedo. Los Moreira cavaron 10 metros para hallar agua para la comida y el aseo. Otra fosa la convirtieron en pozo séptico.
En el Sagrado Corazón de Jesús solo reposan cifras de las secuelas que deja este estilo de vida: 34 casos de parasitosis a la semana, 35 más de salmonelosis, 50 de infecciones pulmonares, 40 de gripes estacionales… Raúl Duque maneja este centro asistencial construido hace 33 años. Las 71 camas disponibles ya no abastecen y se ordenó una remodelación urgente de consulta externa.
Solo una tenue luz alumbra los consultorios abandonados por la obra. Mientras los obreros terminan el trabajo, la sala de archivos repleta de documentos se convirtió en la consulta principal del cirujano general Marcos Romero.
10 especialidades atienden allí, pero no hay cardiólogos, neurólogos ni urólogos. Cuando un paciente necesita un médico de esa área, Duque pide que viajen dos horas (vía terrestre) al Hospital provincial Martín de Icaza Bustamante, en Babahoyo.
En la tarde el sol pega con fuerza en Quevedo. El intenso calor hace que la camisa blanca se pegue en el cuerpo de Francisco Cobeña.
Desde las 05:00 esperó para que los médicos digan qué tiene su hija y recién a las 14:00 le indicaron que necesita un neurólogo urgentemente. “No me queda más que viajar, aunque no tenga plata. Mi hijita tiene fuertes dolores de cabeza. Dicen que puede ser una cosa llamada migraña…”.
La única alternativa que le queda es acudir al hospital público de Babahoyo. Hace seis meses se quedó sin empleo y sin seguro médico del IESS, que en estos casos también le cubriría a su hija de tres años. En Los Ríos, el director de Salud, Carlos Paz Sánchez, reconoce que solo el 35% de los 775 000 habitantes tiene algún tipo de seguro de salud.
Camino a Babahoyo, las plantaciones de banano se extienden a lo largo de la vía. En medio de los verdes sembradíos Amanda Oleas levantó hace 15 años una pequeña casa. Allí muele maíz y lo vende en la Panamericana.
A la semana obtiene dos quintales y por cada uno cobra USD 10.
Ella nunca tuvo un trabajo con relación de dependencia y en sus 40 años de edad jamás se ha afiliado al IESS. Cuando se enferma -cuenta- se ‘cura’ solo con hierbas como tilo o el cacao caliente para despejar la garganta en caso de tos. Cuando las cosas se agravan, la solución está en el consultorio de Francisco Espinosa, que trabaja con la medicina natural.
Don Francisco, un hombre espigado, de tez morena, atiende en plena vía, entre Quevedo y Babahoyo. En su casa de dos pisos construida con madera cuelga un rótulo grande a colores. Allí anuncia que cura 18 enfermedades.
No revela la fórmula para ‘curar’, pero dice que la gente que va a su casa sale bien. A la diabetes lo conoce como ‘suca’ y cuenta que con “unas cuantas plantas” y USD 10 para la consulta desaparece. Los Moreira están esperanzados que con las yerbas naturales se eliminará la infección de Bella….