La expectativa que tenemos de los nuevos 221 alcaldes recientemente posesionados no solo es que concreten sus ofrecimientos, sino también que sus planes vayan mucho más allá de las obras.
Es decir, superar los viejos problemas, como la falta de servicio básicos, para pensar en un proyecto que mejore la calidad de vida de la gente.
Para eso, hay que dejar atrás ciertas prácticas obsoletas, que han impedido avanzar, sobre todo en las ciudades pequeñas. Mucho de los obstáculos que tienen las ciudades es que están a merced de la ineficiencia y lentitud en la ejecución de obras, la corrupción que disminuye la capacidad financiera de los municipios y que a la postre triplica los costos de inversión; las prácticas populistas y clientelares, así como la ausencia de una buena planificación para tener unas ciudades ordenadas y acordes con el entorno natural.
Como para poner ejemplos, Santo Domingo lleva cerca de 20 años pidiendo un nuevo sistema de agua potable y hasta ahora el asunto no ha sido resuelto, pese a que han pasado tres alcaldes, de los cuales uno estuvo dos períodos y el último contó con el respaldo total del gobierno de Alianza País. Ninguno de ellos pudo resolver el problema.
En esa ciudad, como en el norte del país, la falta de planificación ha hecho que la gente construya donde y como quiera, y destruya la estética. Eso pasa en Otavalo, donde sus habitantes han levantado casas de hasta cinco pisos, que desentonan y lastiman el paisaje del lago San Pablo.
Ciertamente, en ciudades grandes como Cuenca, Guayaquil y Quito se ve una mejor gestión en la administración y de hecho sus habitantes tienen otras exigencias, relacionadas con más espacios verdes, un mejor sistema de transporte, menos carros y contaminación, más tiempo libre, nuevos hobbies…
En los discursos de las nuevas autoridades muy poco se escuchó sobre esas necesidades. Como aún están a tiempo, tienen cinco años para construir buenos planes.