En pura teoría, hasta enero de 2000, el Ecuador podía devaluar. En pura teoría. Porque en la práctica, a las devaluaciones las perdíamos con las inflaciones posteriores. Y la década de los 90 son una contundente demostración de aquello.
Entre 1990 y 1997, la cotización del dólar pasó de 822 a 3 998 sucres. A primera vista, se podría decir que esa fue una devaluación de casi 400%. A primera vista lo fue. Pero el gran problema es que en ese mismo período los precios en el Ecuador se multiplicaron por ocho, por lo que lo ganado por devaluación fue mucho menos que lo perdido por inflación.
La inflación, vale recordarlo, es el aumento de los precios; la devaluación es la caída del tipo de cambio. La relación entre los dos fenómenos es muy compleja. Por un lado, cuando un Gobierno devalúa su moneda (como lo hizo el Ecuador entre 1982 y 2000), su tipo de cambio sube y sus exportaciones se vuelven más baratas en el extranjero (y las importaciones se encarecen en el mercado local). Los problemas ocurren cuando a la devaluación le sigue un brote inflacionario.
Cuando la inflación viene después de la devaluación, los productos nacionales se encarecen. En el Ecuador de los años 90, resulta que pasó justamente eso y la inflación fue más alta que la devaluación. Con eso, los productos ecuatorianos terminaron encareciéndose en el extranjero y los productos importados abaratándose (en términos relativos) en el Ecuador.
Cabe resaltar que los años aquí analizados fueron de relativa tranquilidad económica y que en algunos de los puestos claves del Banco Central había gente muy capaz que, sin duda, hubiera preferido tener una menor inflación y una mayor devaluación. El problema es que hasta en esa época era difícil implementar lo que los economistas llamamos una “devaluación real”.
En economía, una “devaluación nominal” es simplemente el mover el tipo de cambio de un país; una “devaluación real” implica lograr que ese movimiento inicial no sea seguido de una inflación que le quite efectividad.
En el Ecuador de los años 90, lograr una “devaluación real” era especialmente complicado porque muchos de los precios se ajustaban con el tipo de cambio. Además, fue una época en la que al país ingresaron dólares por repatriación de capitales e inversión extranjera, lo que aumentó la oferta de divisas y dificultó una mayor devaluación.
Supongamos que el Ecuador de hoy, con el Gobierno y el Banco Central actuales, tuviera una moneda propia. Quizás algún funcionario obediente hasta pudiera devaluar la moneda, pero al mismo tiempo, habría un ejército de funcionarios más obedientes aún, emitiendo dinero y produciendo suficiente inflación como para matar cualquier devaluación. Qué bueno que no estamos en esa situación.