A pesar de la crisis, de la carestía de la vida y de tener que comprar euros con dólares, un buen amigo ha regresado de Europa maravillado por el altísimo nivel de vida de los ciudadanos… Especialmente por la cantidad y calidad del consumo.
Me pregunto, sin embargo, si 6 500 millones de habitantes del planeta Tierra podrían vivir según este modelo. O si no estaremos hablando solo de un grupo privilegiado de personas y de naciones que, para alegría del consumidor, bien pueden estar viviendo de espaldas al resto.
El tema del modelo de desarrollo sostenible fue un fogonazo clarividente en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, allá por el año 1992.
El tema se planteó como un imperativo que debería de ser aplicado por toda la comunidad internacional. Diecisiete años después, siguiendo una línea de trabajo constante por parte de los últimos papas en sus documentos sociales, Benedicto XVI, en su Encíclica Caritas in veritate, insiste en la necesidad de un desarrollo de rostro humano, más allá de las desigualdades entre grupos y naciones, y de los costes económicos y sociales de un pésimo manejo ambiental.
Hoy, el desarrollo sostenible es un tópico del que abusan no pocas empresas y administraciones públicas, quizá para mejorar su deteriorada imagen, aunque las palabras no impliquen un real compromiso social y político. Bueno sería que, cuando hablamos, sepamos a qué nos referimos y cuáles son las implicaciones…
Si hablamos de desarrollo sostenible necesariamente tenemos que hablar del respeto a las personas, a las minorías étnicas, a la calidad de los productos, a las condiciones de explotación de los recursos naturales, etc. Y algo más: afrontar el tema de las energías renovables.
Son muchos los que, en este momento, piensan que el planeta se encamina hacia un callejón sin salida.
Nuestro desarrollo no es eterno mientras esté fundado en la explotación de recursos no renovables y sigamos manteniendo una actitud de auténticos depredadores.
En nuestro mundo ecuatoriano seguimos viviendo -o malviviendo- de un petróleo que no siempre ha sido sinónimo de desarrollo, contaminando ríos y lagunas, respirando -en el país de los infinitos recursos naturales – monóxido de carbono a mansalva y talando árboles de forma insaciable.
Eso sí: ¡Parece que somos expertos en matar la gallina de los huevos de oro!
Si algún país necesita y puede generar un desarrollo sostenible es, precisamente, el Ecuador. Para ello se necesitan políticas de Estado, pero también una conciencia y cultura capaces de vacunarnos de toda codicia.