Redacción Guayaquil
De su mejilla se desprendía una rosa roja. Se la hicieron con maquillaje y algo de colorete. El destello de unas pizcas de escarcha le daban un brillo peculiar.
Aferrada a su mamá, la pequeña Gabriela, de 1 año y cuatro meses, observaba atenta todo lo que pasaba alrededor. Sus ojos parecían saltar al escuchar las risas de otros niños o cuando se fijaba en los colores verde y rojo que adornaban el patio del Hospital Abel Gilbert Pontón, en el suburbio de Guayaquil.
Emocionada, palmoteaba los brazos de Jazmín, su madre, marcados por ligeros moretones. “Tengo VIH… Estoy en tratamiento junto con mi niña, porque queremos recuperarnos”.
Los cuidados
El tratamiento con antirretrovirales lo da de forma gratuita el Ministerio de Salud. Los niños también reciben leche y vitaminas durante un año.
Las madres con VIH-sida asisten a consultas periódicas en el Hospital Abel Gilbert. Ellas y sus hijos reciben asesoría en nutrición y apoyo psicológico.
La mañana de ayer, Jazmín y Gabriela no asistieron a una consulta. Por un rato se olvidaron de los chequeos médicos y de las recetas. Ayer decidieron festejar la Navidad junto con los casi 300 pacientes de la clínica de VIH del Hospital Guayaquil.
Las sonrisas de los niños copaban la primera fila. Sus rostros eran pequeños lienzos. Algunos lucían bigotes y ojos saltones. “Somos unos gatitos”, decía Rafael, mientras buscaba con la mirada a su abuelita Mónica.
A él, el VIH no lo afecta en su salud. “Gracias a Dios es un niño sano. Mi hija siguió el tratamiento y le hicieron cesárea para que no le transmita el virus. Pero el papá los abandonó cuando se enteró que mi hija era portadora, eso lo pone triste”.
La clínica del VIH atiende a unas 500 personas. Freddy Reyes, médico del área, explica que dan tratamiento integral tanto a madres como a niños. “Algunos pequeños no son portadores, pero son huérfanos a causa de la enfermedad de sus padres. Otros son abandonados. Por eso les damos ayuda psicológica”.
Y la fiesta navideña de ayer fue parte de la terapia. Dando saltos, Virginia intentaba reventar las burbujas de jabón que una de las voluntarias de la clínica le lanzaba. “Gracias a Dios, y a la prevención, puedo decir que está sana”, dice María, su mamá.
Evitar la transmisión vertical del virus es otra meta de esta clínica pública. La ginecóloga Rita Vera ha asistido varios partos. “Hemos atendidos a unas 500 mujeres portadoras de sida y todos los niños nacen sanos”.
Alejandra siguió el tratamiento a partir de las 14 semanas de embarazo. Mientras desliza su mano por la frente de su bebé, recuerda lo duro que ha sido afrontar la enfermedad, sobre todo por el rechazo de su familia. “A veces nos sentimos solos, sin saber qué hacer. Pero en este festejo estamos juntos y olvidamos un poco lo que nos pasa”.