Dos años le llevó a Denisse entender que su mamá, de quien heredó su nombre, nunca volvería a casa. La pequeña de 5 años quedó huérfana de su madre en el 2012. En mayo de ese año, el exconviviente la asesinó con cinco puñaladas.
El hombre fue detenido 12 días después y luego procesado por el delito de asesinato agravado. Su madre, en cuya casa se cometió el crimen, fue juzgada por complicidad, en mayo del 2013.
La niña está al cuidado de su familia materna. Va a una escuela fiscal en el norte de Guayaquil, donde habita con dos tías. Saida Rivas, una de ellas, cuenta que la pequeña aún no tiene apellido. Están gestionando en el Registro Civil para que lleve solo los apellidos de la madre, pero no lo han logrado.
Una fiscal de la Niñez dispuso que la pequeña recibiera atención psicológica. La niña lloraba por las noches y preguntaba insistentemente por su mamá. “No deja de preguntar por ella, pero ya sabe que está en el cielo”, relata su tía. Ella cree que las sesiones de terapia que recibió su pequeña sobrina le facilitaron contarle de la muerte de su mamá.
Los niños huérfanos de víctimas de muertes violentas requieren no menos de dos meses de terapia, refiere la terapeuta familiar María Regalado.
Menciona que los niños suelen resultar los más afectados emocionalmente. “Sobre todo, si han sido testigos o han vivido en un entorno de violencia que termina con la muerte de uno o sus dos padres”.
Los psicólogos saben que las secuelas principales son las pesadillas, insomnio, irritabilidad, distracción y apatía.
Las unidades fiscales de Violencia Intrafamiliar remiten a los hijos de las víctimas a centros donde se brinda terapia.
Según el Ministerio de Inclusión Económica y Social, hasta el 2013 existían en el país 60 centros de acogimiento para niños y adolescentes.
En Guayaquil hay cuatro que dan apoyo terapéutico gratuito. Estos funcionan en el Hospital Abel Gilbert, en el Centro Materno Infantil de la ciudadela Martha Roldós (norte) y los de las fundaciones Cepam y Feduh.
En el 2013 se denunciaron en la Fiscalía 84 muertes violentas de mujeres en el país.
Entre enero y mayo pasado, se sumaron otras 33.
El póster gigante con la imagen de su madre fue colocado en la habitación de Pamela, Nicolás y Leonardo, de 10, 7 y 5 años.
Ellos todavía no asimilan que su madre, Carla, de 25 años, fuera asesinada en el 2013 y su cadáver hallado en un sitio abandonado del barrio San José de la Salle (Conocoto–valle de Los Chillos, afueras de Quito).
La víctima tenía señales de violencia: heridas externas en la cabeza; sus extremidades superiores, inferiores y la cara habían sido devoradas por animales.
La última vez que la vieron con vida, ella estaba nerviosa porque recibía llamadas insistentes a su celular.
“Recuerdo que días antes de su muerte me dijo que cuidara de sus pequeños si es que algo malo le sucedía”, recuerda Fanny, madre de la víctima.
Ese pedido se cumplió. Ahora esta abuelita cuida de los niños en su casa de dos plantas en Conocoto. Sentada sobre un viejo sillón, la mujer relata que los menores sufren graves secuelas: el más pequeño se esconde debajo de la cama, pregunta por su madre y llora, mientras que los otros dos hacen corazones de papel, pintan y dicen que los guardan para el día que su madre regrese con ellos.
En el teléfono celular de la abuelita aparece una fotografía en la que su nieta abraza a su hija. Con nostalgia, recuerda que esa fue la última escena en la que estuvieron juntas.
Como recuerdo, los niños colgaron en la pared de su habitación un póster gigante con la imagen de Carla y pegaron hojas blancas con el mensaje ‘I love you mamá’… Leonardo sufre las mayores secuelas, explica Fanny.
“Hay ocasiones en que no los encontramos y se mete entre los sillones asustado”, cuenta la mujer. “Pregunta por su mamá, pero le decimos que pronto volverá para que se tranquilice”.
En la familia sienten que ella todavía sigue viva y que lo ocurrido solo ha sido una pesadilla.
La abuela de los niños también toma pastillas para poder dormir y descansar. Cuenta que sueña con su hija y esta le dice que no ha muerto, pero al despertar comienza a llorar en silencio… No quiere que sus nietos la escuchen.
El apoyo emocional para los hijos de víctimas de muertes violentas es fundamental, considera Annabelle Arévalo, psicóloga del Cepam. Esta fundación brinda apoyo terapéutico gratuito a víctimas de violencia de género, y a familiares en casos de feminicidio. “A los niños se les habla sobre la pérdida, para que logren entender la ausencia”. La profesional explica que el tipo de terapia también dependen del grado de vulnerabilidad y la edad.
Los niños que han sido parte del entorno de la víctima también requieren de terapia psicológica, reitera Arévalo. Génesis, de 5 años; y Darlín, de 3, eran muy unidas con su prima Samantha.
La pequeña de 3 años y su madre, de 20, fueron asesinadas en mayo pasado. En el momento, el exconviviente de la joven madre y padre de la niña es investigado por el hecho.
Mercedes Peralta, madre de la primera, busca apoyo psicológico para su hija y sus sobrinas. “Están tristes porque Samantha, aunque era la más pequeñita de todos, se volvió en una especie de líder del grupo”, recuerda Peralta.