La severa crisis por la que atravesó (atraviesa) España sacude los cimientos del sistema que se construyó en un acuerdo social y político para salir de la dictadura franquista.
El Pacto de la Moncloa (por el nombre del Palacio sede del Gobierno) permitió varias cosas. Erigió a la figura del monarca – ausente durante el Régimen militar autoritario y vertical- , en un símbolo de unidad.
Solventó la construcción de un Estado de autonomías con personalidad propia, pero con la suficiente unidad que permitiese salir conjuntamente de los apremios de los primeros años huérfanos de la tutela que se les impuso.
Facilitó que partidos de diferente ideología que aún siendo herederos de la tradición republicana anterior a la Guerra Civil se pusieran de acuerdo en un pacto de convivencia civilizada, por encima de las dificultades para mantener una monarquía parlamentaria estable y una gobernabilidad deseable, donde los partidos con influencia mayoritaria en todo el territorio ( Partido Popular, Socialista Obrero Español e Izquierda Unida ) compartieran con los nacionalismos alianzas conservando sus particulares visiones.
Todo ese estado de cosas navegó con más o menos timón, ora en aguas calmas o en turbulentas, y se logró dejar la peseta, pasar al euro y plegarse a la Comunidad Europea, primero y a la Unión Europea luego, con los ajustes y renuncias exigentes.
Todo marchaba, aun para sortear al terrorismo separatista de la ETA, hasta que la crisis desbarató el sistema, sumió a millones en la recesión y a muchos en la pobreza y el desempleo.
Entonces surgen los neopo- pulismos mesiánicos y salva-dores, ahora no solamente provistos con un discurso demoledor del pasado sino armados de un teléfono inteligente cambiaron el balcón por el Twitter y venden humo a una gente desesperada por alguna solución para salir del modelo.
Eso ya lo vimos acá y ya se agotó. Allá apenas empieza la hipnosis colectiva.