Financiamiento, capacitación y asesoría. Estos son los tres pilares sobre los cuales se acentúan las incubadoras universitarias. Estos espacios se convierten en el nuevo paradigma educativo, por su efectividad al combinar el conocimiento técnico con el emprendimiento.
Marcelo Jijón, asesor en gestión de pequeñas y medianas empresas (pymes), explica que hasta hace una década estos espacios estaban ubicados en un reducido número de universidades en las ciudades de Quito y Guayaquil.
A 2022, en cambio, una veintena de centros universitarios en el país han apostado por este modelo de gestión, centrados principalmente en las necesidades de sus estudiantes y también abriendo sus puertas a público externo.
En un estudio sobre el papel de estas instituciones en el marco de la educación superior ecuatoriana, los investigadores determinaron que “la incubadora se ve generalmente como un catalizador que permite el proceso de transferencia de conocimientos y la comercialización de la innovación”.
Pero para que funcione, “el estudiante debe entender que la universidad ya no es únicamente un espacio académico, sino también una catapulta de proyectos”, explica Leonor Delgado, investigadora especializada en mercados de riesgo.
A criterio de Delgado, la relación incubadora-universidad permite que los estudiantes se sientan motivados por asumir el reto de ingresar a un determinado centro de educación superior y gastar sus fondos para educarse ahí.
Para la experta, la fórmula es sencilla: “si al terminar mi carrera logro asentar las bases de mi negocio, entonces es allí donde voy a invertir en mi formación”.
Tres fases
En general, las incubadoras y aceleradoras universitarias funcionan en tres momentos. La preincubación, cuando la idea llega a un equipo de especialistas conformado por docentes, quienes evalúan la viabilidad del proyecto. Aquí se elaboran planes de negocio y se capacita al emprendedor para que presente su iniciativa. Puede durar hasta seis meses.
La siguiente fase, donde se desarrolla la incubación en sí, en un lapso de hasta dos años, se implementa el plan de negocios, se concluyen los elementos para constituir la empresa y se recibe la asesoría especializada que se requiera en el sector que se va a trabajar.
Finalmente, la postincubación se enfoca en el trabajo con las empresas consolidadas para que entren en contacto con otros negocios en la misma línea. De esta manera, se crearían alianzas para impulsar los proyectos. Esto se desarrolla hasta por 12 meses.
Para Jijón, el desafío para las universidades está ahora en que estos centros de emprendimientos vayan en sintonía con toda la oferta de carreras universitarias. Al ampliar su oferta de servicios, los estudiantes podrían invertir
en educación universitaria para recibir, a cambio, una incubación idónea de proyectos.