María Juana Morales desmenuza las ramas de amaranto, como lavando ropa sobre una piedra plana, para desprender las diminutas semillas, que son parecidas a las de la quinua.
Su madre, Dolores Caiza, cierne las semillas colocadas sobre una estera de totora, en la mitad del patio de su casa, en la comunidad indígena de Morales Chupa, en Cotacachi. Luego de que la tierra cae a través de un cedazo, coloca la semilla limpia en un envase.
[[OBJECT]]“El amaranto es uno de los alimentos más nutritivos que existe”, asegura Morales. Ella es una de los 75 campesinos que participan en el proceso de reintroducción y fomento de este producto en Cotacachi, Imbabura.
Desde hace cuatro años se busca recuperar el amaranto, con la asistencia técnica de Oxfam, de Italia. Esta ONG promueve la valorización de los productos típicos tradicionales, que están en riesgo de desaparecer.
Según Janeth Albuja, de Oxfam, en este caso están el amaranto, la quinua y el chocho. El primero es menos conocido, a pesar de sus ventajas alimenticias y curativas.
Incluso la FAO lo seleccionó, junto con la quinua, como el cultivo de seguridad alimentaria del tercer milenio. La propiedad alimenticia del amaranto es tan importante que forma parte de la dieta de los astronautas, durante las misiones espaciales.
De acuerdo con un estudio realizado por el Instituto Nacional Autónomo de Investigaciones Agropecuarias (Iniap), este grano tiene abundantes proteínas, vitaminas y minerales, aminoácidos, fibra, grasas, compuestos antioxidantes. Se lo recomienda para prevenir o curar la osteoporosis, la diabetes mellitus, la obesidad, la hipertensión arterial, el estreñimiento, la insuficiencia renal y hepática, entre otras dolencias.
El año anterior, el cultivo de este alimento alcanzó las 20 hectáreas en el cantón Cotacachi, de acuerdo con los datos de Oxfam.
Ese mismo documento asegura que la producción total fue de 180 quintales de la semilla y que 110 se vendieron.
María Juana Morales explica que el amaranto se lo puede consumir cocinado, en sopas, también tostado, como canguil o como harina en tortas o coladas.
Alberto Sánchez, promotor comunitario y morador de Chilcapamba, considera que otro de los atractivos es el precio del producto. “El quintal de amaranto cuesta USD 130, mientras que el quintal de su harina está en 160”.
Se trata de un precio bueno, dice, frente al quintal de quinua, por ejemplo, que está a 40. Sin embargo, la mayor importancia es garantizar la seguridad alimentaria de las familias de la zona rural, explica Albuja.
“El tema cobra importancia si se toma en cuenta que Cotacachi es el cantón con mayor desnutrición de la provincia de Imbabura”.
El viento mueve las matas de amaranto, amontonadas en el patio de María Juana Morales. “La planta crece en cuatro meses. Luego se corta y se seca, para separar el grano de la mata”, explica.
Dolores Caiza tiene 85 años. No recuerda haber visto antes un cultivo de amaranto blanco en la provincia de Imbabura. Lo que sí conoce son las matas de amaranto negro, denominado sangorache, que se utilizan para dar color a la colada morada. Esta última especie no tiene mayor acogida.
No hay información exacta de cuantas variedades existen, pero se cree que hay más de 60.
De acuerdo con datos históricos, los primeros pueblos de América cultivaban este producto. Es más, se dice que el maíz, el fréjol y el amaranto eran la base alimenticia de mayas, aztecas e incas.
Luego, a través de los años, se le fue marginando, “porque se le consideraba una comida de pobres, sin importancia”, comenta Janeth Albuja.
Sin embargo, en la actualidad, tras investigaciones que han revelado su riqueza nutritiva, está recobrando importancia.
Según los registros de Oxfam, se recuperó una semilla de amaranto blanco o alegría, seleccionada en San José de Minas, Pichincha, y se conformó, en el 2008, la primera red con 25 productores.
Se les presentó el producto y se les hizo degustar alimentos elaborados con amaranto, recuerda.
Entre el 2008 y 2009 se repartió media libra de la semilla entre cada uno de los socios, que se sumaron a la propuesta de recuperar este producto andino.
La idea, dice Sánchez, era realicen las pruebas sobre siembras y cosechas. Finalmente, cada productor tenía que devolver la misma cantidad a Oxfam, para que esta institución distribuya nuevamente entre otros agricultores.
Hoy, los campesinos que cultivan amaranto integran la Asociación de Productores Orgánicos de Cotacachi Mama Murucuna (Semilla Madre, en quichua).
Ulpiano Saltos, tesorero de esta organización, calcula que tienen alrededor de 100 socios.
“En los últimos años la producción de amaranto se ha fortalecido, gracias a la ayuda técnica”.
Comenta que Mama Murucuna recibe las cosechas, registra el número del productor y vende el grano. Los principales compradores son la tienda Camari, panaderías y clientes de Quito.
También hay una importante demanda internacional. El Comercio Justo de Italia (CTM) necesita, por lo menos, cinco toneladas al año, según Oxfam.
Pero María Juana Morales, como todos los productores, espera dar un valor agregado al producto, que eleve los ingresos económicos. Por lo pronto, dice, hemos aprendido a hacer turrones tostando el amaranto y adicionándole miel y maní, para venderlo como una barra energizante.
Las propiedades
Los productores esperan que termine el invierno para sembrar. La planta de amaranto no necesita mucha agua.
El amaranto no tolera las heladas. Sin embargo, se adapta desde el nivel del mar hasta los 3 000 de altura
La hoja de amaranto posee más hierro que la espinaca. Es por ello que se le utiliza para combatir la anemia.
El grano de amaranto tiene una consistencia dura, por lo que no se puede consumir directamente. Previamente hay que tostarlo o cocinarlo.