Un día como hoy, hace 40 años, el petróleo prendió la fiesta en Esmeraldas. Sus habitantes celebraron a ritmo de coplas la llegada del petróleo desde Lago Agrio al Puerto de Balao.
“Brindemos, ermeraleño / Con el branco Presidente / Con er gringo der Gerente / Der petróleo somo dueño! / Bailemo, mi linda negra, / L’oro verde quedó atrá / Viene a Balao algo má: ¡Oro negro en nueva era!”, transcribía un cronista de diario El Universo, tratando de imitar el acento de los pobladores, en la página 7 de la edición del 27 de junio de 1972.
Dos días después , con la llegada del primer barril a Quito, los habitantes de la capital se volcaron a las tiendas y bazares del Centro, en busca de pequeños envases de cristal y botellas para que los militares que lo llevaban pudieran entregarles un poco del ‘oro negro’ como recuerdo.
Y quienes no consiguieron un frasco no tuvieron empacho en sacar sus pañuelos y corbatas para empaparlas en petróleo.
“El pueblo de Quito, contagiado como el de Esmeraldas, mancha sus manos y sus ropas con el ‘oro negro’ y en caravanas de vehículos, con igual entusiasmo, forman parte de tan solemne cortejo”, narró la voz de Celiano Salazar, locutor del Noticiero Nacional, espacio fílmico, dirigido por los hermanos Cuesta-Ordóñez, que presentó el hecho en las salas de cine del Ecuador en una breve película de 20 minutos.
El empresario y ex alcalde de Quito, Rodrigo Paz, vio por televisión el desfile del primer barril en la capital y destacó que el júbilo vivido por la población se asemejaba al de una persona que hubiese ganado la lotería.
“La marcha, para unos folclórica, del paseo del primer barril de petróleo inauguraba todo un futuro para el país y lo decía todo: éramos ricos y el futuro iba a cambiar”, recuerda el escritor quiteño, Abdón Ubidia, en contraposición del discurso simbólico al que habitualmente estaba acostumbrada la población ecuatoriana: la de una ‘banana republic’, pobre, atrasada y agraria.
Paz recuerda que antes del petróleo el país se dividía en ricos y pobres. En Guayaquil, los ricos pertenecían a un grupo pequeño de exportadores y en Quito, eran los hacendados y sus herederos.
Advierte que entonces emergió una clase media que adquiría carros, realizaba viajes y promovió el consumismo, lo que derivó en el dispendio y la falta de ahorro.
Ubidia cuenta que Quito tuvo un proceso de modernización al pasar de ser “una comarca que se enorgullecía de ser franciscana y conventual a convertirse en una pequeña metrópoli”.
La emergente clase medía tenía más circulante y compraba autos, televisores a color, equipos de sonido, licores importados y asistía a restaurantes, nacientes discotecas y pizzerías, como la Vieja Europa, concentradas en la calle Calama; muchos jóvenes convivían en relaciones sin casarse.
Mucha de esa nueva clase media venía de los nuevos burócratas y de quienes les proveían de bienes y servicios.
En Quito, Cuenca y Guayaquil se levantaron miles de viviendas –la ciudadela Rumiñahui, entregada en 1973, en Quito, fue el ícono, cada casa costaba alrededor de 100 000 sucres; fue el barrio de los militares, profesores, abogados. “Atrás quedaron las playas de Esmeraldas y Salinas y los viajes a Miami fueron frecuentes”, relata Ubidia, autor de la novela ‘Ciudad de invierno’, que recrea esos años frenéticos.
El referente en la sociedad ya pasó de ser España (herencia de la Colonia) a ser Estados Unidos, que vivía su mayor esplendor.
En Quito y en Guayaquil se abrieron nuevas vías para los autos, los pasos a desnivel fueron un símbolo al igual que la construcción de edificios de más de 10 pisos. La gente consumía más. Con el crecimiento de la capital, la gente consumía más arte. “Quito llegó a tener hasta 100 galerías de arte –sostiene Ubidia- y casas editoriales como Salvat o Círculo de Lectores llegaron al país”.
Pero la bonanza duró no más de 10 años. “El presidente Osvaldo Hurtado, a principios de los 80, -recuerda Ubidia- dio a conocer que el Ecuador debía pagar la deuda externa”.