El olor a hierba se concentra en un pequeño cuarto de la casa de Elvia Garcés. Sobre dos módulos metálicos, la mujer alberga a 33 cuyes; tres machos y 30 hembras. Los cuida y los alimenta como con esmero. “Ellos comen balanceado”, refiere el ama de casa que reside en El Carmelo Bajo, un barrio de Antonio Ante (Imbabura).
Los mamíferos están acostumbrados solo a la compañía de Garcés, ante seres extraños se asustan y se agrupan en un rincón del módulo. Son cafés con blanco y fueron traídos desde Latacunga.
“Toda mi vida he tenido cuyes pero los criaba de forma tradicional. Ahora es diferente”. Esto porque la imbabureña se prepara para ser una microempresaria. Cuando los cuyes estén aptos para el consumo serán faenados y comercializados en la ‘capital del cuy’, Chaltura.
Los restaurantes y asaderos de esta parroquia venden entre 4 500 y 6 000 cuyes al mes. “La demanda la cubren en un 80% los productores de otras provincias de la Sierra centro”, precisó Franklin Sánchez, técnico del Municipio de Antonio Ante y coordinador de la parte agropecuaria del proyecto.
Frente a esta situación, el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), la Fundación Esquel y el Gobierno Municipal de Antonio Ante buscan apoderarse de este mercado.
“Queremos que las personas de los sectores rurales tengan otros ingresos. Solo en el componente productivo del proyecto se benefician 300 familias”, dijo Sánchez.
Esta iniciativa también contempla la creación de huertos orgánicos para el cultivo de hortalizas y frutillas.
En principio, el Municipio entrega semillas, insumos, abonos y brinda capacitaciones a los agricultores. Ellos se comprometen a cultivar el producto y cumplir con la cadena de valor. Para ello ya existen empresas interesadas en comprar remolachas y frutillas. “Se hicieron alianzas con Inalproces y Jugo Fácil”, explicó Sánchez.
Por eso el agricultor Héctor Sisa, de 31 años, es muy cuidadoso con sus 1 600 plantas de frutilla. Pasando un día las riega, las fumiga y limpia la maleza del terreno de 500 m² ubicado en Pilascacho. Su parcela está cubierta con plástico negro de 48 micras, el material es apropiado para acolchar el piso y evitar que el fruto permanezca en contacto directo con el suelo.
“Es la primera vez que siembro frutilla, recién estoy aprendiendo”, indica el agricultor que antes cultivaba fréjol y maíz sin obtener ganancias.
Precisamente, uno de los objetivos del proyecto es que el campesino dinamice los cultivos. La variedad de frutilla que cultiva Héctor Sisa se llama Camino Real y es importada de Chile. “En cuatro meses estará lista la producción”, dice el campesino mientras fumiga.
El proyecto se ejecuta desde enero y cuesta USD 2 millones. Pero los beneficiarios deberán devolver el valor de los productos entregados luego de uno o dos años. Ese dinero será para un fondo común de los anteños (natural de Antonio Ante).