La tonada triste de los músicos expatriados por la crisis en Venezuela

El migrante venezolano Victor Roldan, de 51 años, canta para ganarse la vida en un autobús en Cucuta, Colombia, frontera con Venezuela, el 20 de febrero de 2019. Foto: AFP

El migrante venezolano Victor Roldan, de 51 años, canta para ganarse la vida en un autobús en Cucuta, Colombia, frontera con Venezuela, el 20 de febrero de 2019. Foto: AFP

Los migrantes venezolanos Victor Roldan (der), de 51 años, expolicía, y su amigo César Córdoba, de 47 años, cantan para vivir, en las calles de Cúcuta, Colombia, frontera con Venezuela, el 20 de febrero de 2019. Foto: AFP

Su nuevo público apenas identifica sus canciones, y sabe todavía menos que llegó a grabar dos discos. A Víctor Roldán el “desastre” en Venezuela lo obligó a cambiar la luz de los escenarios por la de los semáforos en Cúcuta, Colombia.

Ya han pasado cuatro meses desde su llegada a esta ciudad fronteriza, a esta “tierra extraña” donde cree que hasta su música suena rara, y a Roldán todavía le cuesta asimilar los cambios.

Previo a un megaconcierto convocado para recaudar fondos para paliar la crisis en Venezuela, este hombre de 51 años, tez curtida, vaqueros y sombrero, suelta su estrofa más sentida: “Creo que lo de artista ya se me ha quitado”.

Durante casi tres décadas, Roldán combinó la carrera de policía con el canto de joropos (el género característico de los llanos de Colombia y Venezuela) en fiestas y escenarios en su estado natal de Trujillo.

Pero cuando la situación económica se volvió “insostenible”, este jubilado tuvo que dejar a su esposa y tres hijos, dos de ellos menores. Atrás también quedó el prestigio.

El migrante venezolano Victor Roldan, de 51 años, canta para ganarse la vida en un autobús en Cucuta, Colombia, frontera con Venezuela, el 20 de febrero de 2019. Foto: AFP

Conocido artísticamente en su país como El Recio del Llano, Roldán ahora tiene de telonera la luz roja de los semáforos.

En 30 segundos suelta tonadas nostálgicas al compás del cuatro, la guitarra de cuatro cuerdas que toca su compañero César Córdova. Versos del llano que, insiste, suenan extraños en esta ciudad acostumbrada a ritmos diferentes.

Con los atascos, su espectáculo se prolonga por instantes.

“Así pasen diez años, nunca me voy a acostumbrar (...) a que muchas veces a uno le bajen los vidrios, no le den nada, te vean con desprecio, sin saber el artista que eres”, dice a la AFP .

Cambio de escenario

El lamento de artistas expatriados como Roldán o el trombonista Eduardo Pinto, quien dejó sin clases a 60 niños en la ciudad de Tinaquillo, apenas se escucha en estos días de agitación.

El pulso por el poder, que enfrenta al presidente Nicolás Maduro con el opositor Juan Guaidó, reconocido por 50 países como mandatario interino, saltará a los escenarios.

En un extremo del puente binacional Tienditas, en Cúcuta, se prepara un megaespectáculo musical que busca recolectar fondos para paliar la escasez de alimentos y medicinas.

Del otro lado del puente, el chavismo anunció tres días de conciertos. Maduro, quien rechaza el ingreso de ayuda humanitaria por considerar que se trata del pretexto de una invasión militar, se aferra a la fuerza armada ante la campaña que lidera Estados Unidos y sus aliados para que deje el poder.

Entre los cientos de miles de migrantes, hay muchos talentos musicales que debieron cambiar de tarima. Ahora se les puede ver amenizando tráfico vehicular o tocando frente a almacenes.

Solo Colombia ha recibido poco más de un millón de venezolanos. La diáspora alcanza los 2,3 millones desde 2015, según la ONU.

Nuevos auditorios

El trombonista Pinto, que llegó a Cúcuta en julio de 2018, forma parte de ese nuevo espectáculo itinerante.

Con 21 años y formado dentro del prestigioso sistema de orquestas venezolano, se vio forzado a huir cuando la hiperinflación pulverizaba en cuestión de horas lo que recibía por sus presentaciones y clases.

Comenzó tocando vals pero notó que a la gente “no le gustaba mucho”. Entonces se juntó con otros talentos fugados y armó el “Son de al lado”, un grupo de música bailable que actúa en la parte baja de los edificios comerciales de Cúcuta.

Aunque se dice bien tratado, e incluso ya los contratan para fiestas privadas, otros días se siente acorralado. “¿Quién se quiere ir de su país y para venir a tocar en la calle? ¿pasar de dirigir una orquesta para estar en éstas?”, pregunta el trombonista.

También José Luis Medina, de 36 años y padre de una niña de cuatro, es un músico que se formó en flauta traversa.

En sus mejores tiempos llegó a reunir hasta 4 000 personas en un escenario, pero cuando la crisis empeoró ni sus cuatro trabajos le alcanzaban para sobrevivir.

Hace siete meses que migró a Cúcuta donde chocó con una cultura musical diferente. Recuerda que algunos hasta confundían su instrumento con el clarinete. Como otros artistas, debió resignarse a tocar en vías y restaurantes música más comercial en compañía de un cuatro, un arpa y un violín.

“Debí ampliar mucho mi sensibilidad artística para entender a otro tipo de público”, afirma.

Los músicos de la diáspora ganan lo necesario para mantenerse en Cúcuta y enviar dinero a sus familias en Venezuela.

Roldán, Pinto y Medina aseguran que todavía ensayan durante horas para salir a la calle. Los tres sueñan con regresar a sus escenarios. 

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