En el sitio consta una sala, en la que se exponen los distintos uniformes que los miembros de la Policía han ocupado desde 1834 hasta la actualidad. Foto: Evelyn Jácome / EL COMERCIO
Es como dar un paseo por el Quito de 1790, cuando en la ciudad habitaban no más de 30 000 personas (como las que hoy viven en La Roldós), y cada noche, un hombre cruzaba las calles de piedra con un farol encendido en la mano gritando “Son las ocho de la noche, Ave María purísima”.
Era el sereno. ¿Su misión?: verificar que los locales comerciales estuvieran cerrados y que no quedasen hombres borrachos en las plazas.
Ese fue el inicio del vigilante, del cuidador, que finalmente desembocó en lo que hoy conocemos como policía. Y su historia se cuenta al detalle en el museo de la institución, ubicado en el ala sur del Convento de San Francisco, en el Centro Histórico de la ciudad.
Recorrer las salas del museo, que terminará de ser remodelado este mes, es como dar un paseo por la historia.
Ramiro Endara Martínez, responsable del proyecto de la potenciación del lugar, cuenta que el sitio estaba en proceso de deterioro, pero se intervino para preservar el Patrimonio. Será entregado en diciembre.
Hay una representación del sereno: un hombre vestido de blanco, con poncho y alpargatas. Como no había luz, prendía la vela de sebo de un mechero que llevaba en el farol, y se encargaba de iluminar las calles y vigilar la ciudad.
Este personaje que caminaba a paso lento apareció en 1789, como un miembro más de la sociedad contratado por la gente pudiente.
Años después apareció el rondín, que ejercía la misma función, pero en el día. Cuidaba que no actuaran los arranchadores, que no se robaran las telas de los locales y usaba un instrumento musical de carrizo con el que cada hora pitaba y anunciaba su presencia.
Como el cabildo de ese entonces vio que ese mecanismo era efectivo, los contrató. Se volvieron parte de la administración y empezaron a ser reglamentados. También aparecieron los corchetes, en la zona rural llamados cuadrilleros, un grupo de 10 o 12 personas que eran represivos y hacían cumplir la ley. Eran los únicos que podían tener armas. Una parte del museo está dedicada a estos tres personajes que ayudaban a mantener el control.
Jorge Villarroel, presidente del Instituto de Estudios Históricos de la Policía, dice que el museo permite ver cómo la sociedad y su necesidad de organizarse fueron cambiando.
Cuenta que luego vinieron las luchas libertarias y se logró la independencia. Como Simón Bolívar tenía el sueño de hacer una gran nación, dictó un reglamento de policía para la Gran Colombia. No fue sino hasta el gobierno de Plácido Caamaño, que se empezó a dar la estructura a la entidad. Se profesionalizó en 1972.
En uno de los pasillos del lugar, hay documentos antiguos que tienen más de 200 años. Los primeros reglamentos datan de 1 780. Escritos a mano, se logra leer con dificultad normativas donde los principales mandatos eran no robar, no ser mentiroso y no ser ocioso.
Alfonso Ortiz, historiador, explica que era mal visto no tener oficio y que entre los principales delitos, además de ser vago, estaban los asaltos a mano armada, los crímenes pasionales, los escándalos públicos y la embriaguez.
Los documentos de 1 827 hablan sobre los jefes de Policía y dicen que “deberán cuidar la seguridad pública de la vida, del honor y de los bienes de los ciudadanos, y evitar cualquier reunión tumultuaria, riñas, alborotos en las plazas”.
En el recorrido se observa una exhibición de implementos antiguos. Las primeras esposas que se usaban eran artefactos rústicos que servían para inmovilizar las manos. Se llamaban grilletes: argollas de metal de un solo pasadizo.
En uno de los muros hay una sinopsis de los asesinos más crueles del país, donde están El Monstruo de los Andes, Camargo Barbosa, el desdentado del Pichincha y el Niño del terror. Cada uno con una pequeña reseña: el número de víctimas y cómo fue capturado.
Detrás de un vidrio se pueden ver los aparatos antiguos con los que se hacían reconstrucciones de rostros de delincuentes y maletas con los primeros insumos investigativos.
Una exhibición de los cascos más antiguos, desde 1980, llama la atención: unos simples y redondos, otros con una especie de pompón en la corona. En el área de uniformes hay trajes simples que usaban en 1834.
Uno de los tesoros del museo son las armas antiguas. Endara explica que esas escopetas de 150 cm de largo, de hace más de 300 años, que tienen un cuchillo en la punta, y los revólveres de 10 cm, son invaluables.
Hay unas cartas en una vitrina que resultan impactantes. Son hojas en las que están pegadas letras de revistas, como si fuesen el deber de un escolar. “Le comunicamos que no avise a policías. Su hijo está en nuestro poder y bien de salud. Le pedimos 130 millones de pesos en dólares. Si vemos movimiento raro van a tener grandes problemas. Morirán sus otros hijos”. Cada sala del museo muestra un episodio de la sociedad y la lucha de un pueblo por convivir en paz.