Cada mañana, miles de familias recorren las calles de El Cairo en pequeños vehículos o en carros tirados por burros o caballos para retirar más de la mitad de basura doméstica de la ciudad. Para así reciclar con una altísima tasa de eficiencia. Pero la imagen de Egipto (que acogerá la COP27 el próximo noviembre de 2022) sobre esta comunidad es una muy diferente.
Los zabalín (recolectores de basura) viven de los desechos de los cairotas. Cuando las autoridades han intentado reemplazarlos, la megaurbe de cerca de 20 millones de habitantes se ha visto inundada de inmundicia.
Pese a ello, al pertenecer a la marginada minoría cristiana copta y vivir literalmente rodeados de basura, sienten el menosprecio de sus conciudadanos.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), los zabalín reciclan entre el 80 y el 85% de la basura que recolectan. Un porcentaje que ya quisieran para sí muchos países desarrollados.
Un negocio familiar
“Aquí hay alrededor de 70 000 recolectores. Procesamos 5 000 de las 20 000 toneladas de basura que genera cada día El Cairo”. Dice Romani Badir, en la sede de la asociación comunitaria de zabalín en el barrio de Mokattam, conocido como Ciudad Basura.
Cada familia zabalín de ese lugar tiene una ruta determinada de recolección. Por lo general, el padre la recoge y la lleva a su casa. Allí, en la planta baja, otros miembros de la familia, normalmente la mujer y los hijos mayores, van escarbando entre los desperdicios. Separan el cartón, el vidrio, los distintos tipos de plástico, las latas, entre otros.
Los residuos orgánicos sirven de alimento a los animales domésticos que crían, como cerdos, cabras, vacas o gallinas.
Todo el barrio está lleno de basura. Se amontona en bolsas de todos los tamaños en la calle. Rebosa de los portales donde la clasifican las familias, sin guantes ni mascarillas ni ningún tipo de protección.
Pese a la evidente insalubridad, Badir asegura que la planta baja es el área de trabajo, donde separan la basura. “Pero las plantas de arriba de las casas son muy limpias”.
Labor no reconocida
Badir está orgulloso de su labor y de su valor medioambiental. Pero siente que el resto de la sociedad los discrimina. Cuenta que escuchó recientemente a un ministro decir en una entrevista televisiva que no nombraría a un zabalín para un puesto de responsabilidad.
La comunidad zabalín de Mokattam ha evolucionado desde que se instaló en esa zona de canteras, en la década de 1970, en viviendas precarias; ahora tienen casas, escuelas y servicios básicos.
Muchos de ellos han obtenido títulos universitarios, algunos con ayuda de organismos como la Asociación de Protección Ambiental, una ONG que ayuda a las mujeres de la comunidad a aumentar sus ingresos transformado productos de desecho en piezas de artesanía.
Esta ONG les enseña cómo confeccionar prendas y alfombras con cortes descartados por fábricas de ropa, collares con cápsulas de café, adornos con trozos de cristales, tarjetas navideñas con papel reciclado o cinturones con las hebillas de las latas de refresco.
Además, los vecinos de Mokattam tienen clases de alfabetización, becas universitarias, un club infantil y un centro médico. “Hay muchos problemas de salud endémicos aquí, como anemia”, dice la presidenta de la ONG, Siyada Greis, que también apunta a las altas incidencias de hepatitis B y C, diabetes o glaucoma.
Alta resiliencia
Sin embargo, los zabalín han demostrado tener “mucha resiliencia y muchos mecanismos de supervivencia”, no solo frente a las enfermedades y a la discriminación, sino incluso ante algunos embates de las autoridades.
Durante la pandemia de gripe porcina, de 20019-2010, el Gobierno ordenó sacrificar todos sus cerdos, los encargados de eliminar residuos orgánicos al comérselos, por lo que su eliminación parcial (se consiguió ocultar parte de ellos), ocasionó un problema de salubridad en la capital egipcia.
Luego se intentó sustituir a los zabalín por empresas privadas, pero no fue tan fácil y la ciudad volvió a llenarse de basura, hasta que el Gobierno rectificó.
A pesar de la falta de reconocimiento, ellos son conscientes de que son imprescindibles para la ciudad. “Recogemos cada día 11 000 toneladas de basura y no tomamos ni un día de vacaciones al año. Si lo hiciéramos solo tres días, a ver cómo gestionan 33 000 toneladas de basura”, apunta Badir.
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