Quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Esta frase, atribuida al pensador español Jorge Santayana, se cumple en la política ecuatoriana, pero en un sentido totalmente inverso.
Los entretelones del juicio político al fiscal Washington Pesántez le han demostrado al país que no todas las prácticas de la vieja partidocracia han sido desterradas del ejercicio del poder. Y que más bien conviene usarlas cuando la oportunidad así lo amerite.
Si son políticamente incorrectas, o todo lo contrario, es una categoría de análisis que pasa a un segundo plano. Lo que importa es que causen impacto y se graben en la historia.
Pero volvamos al juicio del Fiscal. Paco Velasco, asambleísta de Alianza País, de tendencia izquierdista, quiso jugar a ser el León Febres Cordero del 2010.
¿Qué otra explicación se le puede dar a que, el día de su comparecencia, haya jugado mediáticamente con un carro de plástico? Velasco temía que el juicio, como tal, nunca se llegue a realizar. En efecto, eso parece suceder. Entonces, aprovechó el único espacio de argumentación pública que tenía seguro para recurrir a la misma imagen que fortaleció al representante socialcristiano. Febres Cordero se hizo famoso, a escala nacional, con el caso de las muñecas de trapo.
Fue el 15 de septiembre de 1981, en el juicio político contra Carlos Feraud Blum, entonces ministro de Gobierno de Osvaldo Hurtado. El líder guayaquileño había denunciado irregularidades en la compra de juguetes para los hijos de los policías. El monto del contrato era de 6,7 millones de sucres.
Guillermo Corral, fotógrafo de este Diario, lo captó con su cámara. Febres Cordero posaba para la audiencia levantando en su mano la muñeca de trapo. Feraud Blum fue censurado y la fama fiscalizadora del dirigente socialcristiano lo catapultó a la Presidencia de la República.
29 años después Corral vio una escena similar. Velasco jugaba con el carro de plástico denunciando la compra, en USD 20 000, de un Porsche Cayenne avaluado en USD 70 000. Este auto de lujo, que fue de uso oficial del Fiscal, terminó en manos de su primo político.
Pesántez no quiso ser Feraud Blum. El personaje que más se le parece es Alberto Dahik. De traje impecable y verbo rebuscado, la comparecencia del Fiscal de la Nación hizo recordar a la del entonces Vicepresidente de la República, en octubre de 1995, por el caso de los gastos reservados. Dahik usó la plataforma política que le daba su condición de interpelado para denunciar el poder del ya ex presidente Febres Cordero.
El Fiscal también prometió desnudar a sus interpelantes, aunque solo logró sacar de casillas a Velasco. La Asamblea, como sucedió con Dahik, no ha podido censurarlo.
Lo que diferencia a Pesántez del ex Vicepresidente es que él goza de la confianza de Rafael Correa, quien no ha sugerido pedirle la renuncia, como sí lo hizo Sixto Durán Ballén.
La Asamblea está repitiendo la historia. Sus decisiones, desatinos o leguleyadas demuestran que el Poder Legislativo está a merced del caudillo de turno.
Si los juicios contra los ministro de Hurtado y el caso Dahik, se impulsaron bajo las órdenes de Febres Cordero, ahora pesa es la voluntad de Rafael Correa.