El miedo se mantiene en el sur de Turquía tres semanas después de los devastadores terremotos del 6 de febrero de 2023 que dejaron más de 43 000 muertos y 108 000 heridos.
La réplica del pasado 20 de febrero acentúo ese sentimiento en los habitantes de la provincia de Hatay, donde se localizó el epicentro.
Al recorrer las calles de la ciudad de Iskenderun es fácil entender ese temor. Lo que antes eran edificios, algunos de cierta altura, querdaron reducidos a una montaña de escombros, mientras que en otros los estragos de los temblores son patentes, con grandes grietas o fachadas venidas abajo y que dejan ver la intimidad de lo que antes era un hogar: sofás, muebles y cuadros que ahora acumulan polvo y abandono.
Entre los edificios dañados, los dos hospitales públicos de la ciudad. Uno de ellos quedó completamente destruido. En el otro, se salvó una parte pero la otra es una mezcla de hormigón, hierros, restos de lo que fueron antes camas e informes de pacientes. De entre esos escombros salieron decenas de hospitalizados y sanitarios muertos.
La última réplica, de 6.4 de magnitud, llevó a las autoridades turcas a cerrar el hospital, junto al que aún hay varias tiendas de campaña que brindan una mínima atención y acogen también a damnificados. Tampoco está abierto otro hospital privado que había seguido operativo. Hay un temor real a que una nueva sacudida haga caer estos edificios y el personal sanitario no está dispuesto a poner en riesgo sus vidas.
Aluvión de pacientes
Los ataques de pánico se evidenciaron el lunes 20 de febrero, donde pocos minutos después del último sismo, hasta el hospital de campaña del Equipo Médico de Respuesta en Emergencias (START), comenzaron a llegar decenas de pacientes.
El personal del hospital tiene claro que uno de los factores que influyó, además de que su labor ya estaba siendo reconocida entre la población, fue el hecho de que el riesgo de que hubiera otro temblor y por tanto el edificio pudiera caerse era nulo, ya que se trata de tiendas de campaña.
“Al cuarto de hora llegamos a ver 20 ataques de pánico con crisis de ansiedad y descontrol emocional, algunos convulsionando”, recuerda Ricardo Angora, psiquiatra de Médicos del Mundo y que forma parte del equipo, aunque calcula que en medio del caos de esa noche seguramente que hubo hasta 30 casos de ese tipo.
Saltan por la ventana para salvarse
Entre los casos tratados, algunos fueron de personas que saltaron por la ventana por miedo a que su casa se les pudiera venir encima u otro de un hombre que al sentir el temblor salió corriendo presa del pánico a la calle y le atropelló un coche. Cuando llegó al hospital, traía consigo aún el control de la tele y no se había dado cuenta.
Tras los terremotos, muchos en la ciudad de Iskenderun perdieron sus casas, viéndose obligados a tener que buscar refugio en otros lugares, incluidos sus coches o en campamentos improvisados. Pero otros muchos, aunque sus viviendas no han resultado dañadas, tienen miedo de lo que pueda ocurrir así que en general hacen la vida en los porches o patios.
“Es muy importante desactivar la ansiedad que tienen”, subraya Ricardo Angora, precisando que su trabajo pasa por “intentar que las personas no desarrollen tanto temor ni miedo a la situación” y puedan gestionarlo mejor.
También tratan de intervenir en el proceso de duelo por la pérdida de familiares y amigos, así como en el estrés que les genera la nueva situación en la que se encuentran a raíz del terremoto.
“Han perdido todo, su casa, sus pertenencias, el trabajo, no tienen recursos y eso les genera un estrés muy grande para seguir adelante con su vida diaria”, lo cual requiere del apoyo psicológico que les brindan en el hospital de AECID para que puedan estar “más activos”.
Bloqueo emocional
“Hay personas que se quedan completamente chocadas y no son capaces de funcionar y entonces a la problemática que tienen se le añade el bloqueo emocional que hace que no funcionen, que no puedan atender a sus hijos”, subraya el psiquiatra.
“Para nosotros es muy importante que estas personas puedan llegar a ser autónomas y funcionen de forma adecuada“, incide. “Evidentemente el duelo y el dolor por la pérdida de la gente no se la vamos a quitar, el estrés tampoco, pero lo que sí que vamos a intentar es que puedan funcionar y esto va a llevar tiempo”, admite.
El trabajo con los niños es particularmente vital. Ellos son los más afectados y los más vulnerables en situaciones como esta, explica Ricardo, pero con intervenciones adecuadas también son los que pueden recuperarse con mayor facilidad.
Vulnerabilidad de los niños
La pérdida de su entorno, como son su casa o su habitación, genera en ellos ansiedad y miedo. En los casos de los niños en campamentos de acogida, estos por ejemplo tienen miedo a ir a las letrinas o durante la noche.
En estas circunstancias, se constata regresiones en su desarrollo. “Algunos han vuelto a mojar la cama, otros no controlan los esfínteres, otros se chupan el dedo cuando habían superado esa etapa o buscan el pecho de la madre”, ilustra, explicando que “tienen estas actitudes regresivas y se vuelven más infantiles porque lo que necesitan es protección y sentirse seguros” y tratan de llamar la atención de los adultos para que les protejan.
“Si se hace una buena intervención con ellos, si empiezan a sentirse protegidos, si se mantienen unos estándares de rutina, se habla calmadamente con ellos, se les explica con palabras y con frases que puedan ser comprensibles para ellos la situación se recuperan mejor que los adultos porque tienen una capacidad de adaptación mejor”, resume, defendiendo la importancia de la atención psicosocial y de salud mental en emergencias.
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