Silvio Berlusconi dominó Italia por 17 años con una mezcla única de talento político y comportamiento descarado, pero al final fue sacado humillantemente del cargo entre abucheos, ante la presión del exterior.
Un hombre que se jactaba de su capacidad de hablar directamente a los italianos comunes se veía pálido y aislado el sábado, cuando fue obligado a dimitir luego de que sus promesas incumplidas y las luchas de poder llevaron a Italia al borde del desastre financiero.
En escenas que recuerdan la salida de su mentor, el primer ministro socialista Bettino Craxi en 1993, el magnate mediático de 75 años fue hostigado por multitudes molestas que lanzaron insultos y monedas a su limusina cuando se dirigía a entregar su renuncia al presidente Giorgio Napolitano.
Berlusconi salió del palacio presidencial Quirinale por una puerta lateral mientras miles de manifestantes le gritaban “¡Payaso! ¡Payaso!” y se armaban fiestas callejeras espontáneas.
El ex primer ministro y uno de los hombres más ricos del país, asediado por los escándalos, se vio obligado a dimitir tras semanas de agitación en los mercados financieros que elevaron los costos de endeudamiento de Italia a niveles que obligaron a Irlanda, Portugal y Grecia a buscar rescates de un tipo que la zona euro no podría pagar para la tercera mayor economía del bloque.
En una semana memorable que comenzó con Berlusconi negándose rotundamente a renunciar, la brillante carrera política del primer ministro llegó a su fin luego de que entrara en escena en 1994 prometiendo un nuevo enfoque tras un escándalo de corrupción que borró el orden político de Italia de la posguerra.
Su dimisión estuvo muy alejada del 2008, cuando una victoria aplastante le dio al magnate su tercer y más fuerte mandato electoral. Berlusconi fue primer ministro por más tiempo que cualquier otro líder de posguerra, mostrándose como la única opción para el conservador bloque electoral dominante y bastión contra el comunismo.
Controversias
Impulsado por habilidades comunicacionales sin par y el dominio de la prensa italiana, durante años Berlusconi pareció inmune a una serie de controversias que habrían destruido a un político en otros países.
Entre ellos figuró el escándalo “Rubygate”, en el que se le acusó de tener relaciones sexuales con una prostituta menor de edad y muchas otras revelaciones obscenas de grabaciones policiales sobre supuestas orgías en su lujosa villa en Milán.
Berlusconi también enfrenta dos casos judiciales por fraude, los más recientes de los más de 30 juicios impulsados por magistrados a los que acusa de ser comunistas intentando pervertir la democracia.
El bronceado magnate, que alguna vez fue cantante de un crucero, tampoco se arrepentía de su sentido del humor subido de tono ni de una serie traspiés diplomáticos que llevaron a muchos líderes extranjeros a intentar evitar fotografiarse cerca de él.
Berlusconi venía en descenso durante gran parte del año, con su previo dominio socavado por errores de cálculo en elecciones locales y tres referendos, además de la pérdida de una alianza política clave.
A menudo blanco de mofas en el exterior por sus estiramientos faciales, trasplantes de cabello, maquillaje y traspiés, hasta hace poco Berlusconi comandaba un gran grupo de seguidores, particularmente mujeres de clase media, pensionados y trabajadores independientes.
Pero los detalles escabrosos de sus escándalos sexuales y de corrupción copando los periódicos por meses y las duras peleas al interior del Gobierno envenenaron la atmósfera a su alrededor, y el encanto de Berlusconi finalmente desapareció.