La gente está parada en la puerta para vigilar los ataques de personas armadas que capitalizaron el encierro en Lagos, el 14 de abril de 2020.Foto: AFP
Christian no ha pegado un ojo en toda la noche, después de que un centenar de jóvenes armados con machetes y cuchillos saquearan su barrio de Lagos el lunes 13 de abril del 2020, en busca de comida y de dinero, en pleno confinamiento.
“Llegaron hacia las 16:00, todo el mundo huyó y yo fui a refugiarme en casa”, explica Christian, un vecino de Alimosho, un barrio empobrecido situado detrás del aeropuerto de Lagos, capital económica de Nigeria.
“Pero, al caer la noche, con una treintena de hombres en mi calle, juntamos cuchillos, todo cuanto pudimos encontrar, e hicimos barricadas de fuego con neumáticos para impedir que volvieran”, agrega, todavía con un nudo en la garganta a causa del cansancio y de la emoción.
Hace tan solo dos semanas, este padre de familia, que prefiere no dar su nombre, era conductor de bus. La pasada noche, se transformó en “miliciano” para proteger a su familia. “Desde ayer, no hemos visto ni un solo vehículo de la policía”, asegura.
En muchos barrios obreros de Lagos, una metrópolis de 20 millones de habitantes, la inmensa mayoría de la población depende de trabajos irregulares para alimentarse.
Un sector de la población que se ha visto directamente impactado por las medidas de confinamiento impuestas en algunos Estados contra la epidemia de coronavirus y que prohíben cualquier actividad económica no esencial.
De momento, la pandemia mató oficialmente a 10 personas en el país.
Atracos en pleno día
El lunes por la noche terminaba la primera fase de la cuarentena, de 14 días, pero el presidente, Muhammadu Buhari, anunció que prolongaba el confinamiento dos semanas más, en un clima social extremadamente tenso que ha resultado en un aumento de los delitos.
Y aunque el inspector general de la policía “ordenó el despliegue inmediato” de la fuerzas de seguridad en los Estados de Lagos y Ogun, Chioma Okoro continúa sin ver patrullas en su barrio, Agege-Dopemu, y eso la desespera.
“Hace días que los llamamos, no vienen”, explica la joven. “En cuanto cruzamos la puerta de casa para ir a comprar comida, ya tenemos miedo”, admite.
“Si vamos a sacar dinero al cajero automático, nos arriesgamos a que nos atraquen a plena luz del día. Si vamos al mercado, vamos vigilando nuestras espaldas, por si alguien nos sigue”, añade Okoro.
La pasada noche, escuchó tiroteos. “Tuve mucho miedo”, reconoce.
En Agbado, en el límite entre los Estados de Lagos y Ogun, los residentes levantan barricadas en cuanto cae la noche y las mantienen hasta el amanecer, armados de cuchillos, hachas y barras de hierro para disuadir a los criminales.
“Son bandas que van aterrorizando a las comunidades, que se aprovechan del confinamiento para robarnos y violar a nuestras mujeres”, explica Alahji Mufu Gbadamosi, el jefe tradicional del barrio.
Robar para comer
Uno de sus hombres, Dotun Alabi, detuvo a dos “críos” durante el fin de semana de Pascua mientras robaban en una casa. “Nos dijeron que estaban buscando algo de comer”.
La complicada situación llevó al ejecutivo a adoptar iniciativas económicas, insuficientes, según algunas oenegés.
Así, el gobierno prevé ampliar las ayudas estatales de los 2,6 millones de hogares actuales a 3,6 millones, y repartir 70 000 toneladas de cereales entre “los más necesitados”.
Pero las medidas podrían resultar insignificantes en un país de casi 200 millones de habitantes, con el mayor número de personas viviendo bajo el umbral de la extrema pobreza (más de 87 millones en 2018) , según la organización World Poverty Clock.
“El gobierno debe poner en marcha medidas que combinen los distintos esfuerzos de la salud pública para frenar la propagación de la pandemia, para que los más pobres y vulnerables no vean sus vidas destruidas”, señaló por su parte Human Rights Watch (HRW) en un comunicado publicado este martes.
La oenegé recordó que Nigeria, primer productor de petróleo de África subsahariana, es también la mayor economía de la zona, con un PIB de 2.028 dólares per capita en 2018, “ más del doble ” que el de sus vecinos Benín, Chad y Níger.
Además, la criminalidad no deja de crecer y se ha extendido también a áreas más ricas.
En Obalende, el distrito en el que trabaja y vive la reducida clase media de la ciudad, cada vez hay más carteristas.
Beauty David, una vendedora del barrio, lo comprobó hace unos días. Ella continúa vendiendo chancletas en la vereda, pese al confinamiento.
“Nos dicen que nos quedemos en casa dos semanas más”,se queja. “Pero sin dinero, ¿cómo podemos vivir? Vamos a morir, estamos muriéndonos”.