La reina Sofía es la gran desconocida de la familia real española. Ha estado allí desde hace más de medio siglo.
Nunca falta: asiste a todos los actos oficiales de su agenda, posa con sus nietos, es activa en cuestiones benéficas, muestra solidaridad en las tragedias, sonríe ante la prensa, saluda con las manos al público. Siempre ha estado en su lugar, frente a cámaras y jefes de Estado. Y, sin embargo, los españoles no la conocen.
Existen aproximaciones, intuiciones, impresiones. Las mismas características salen a relucir cuando se habla de ella, ya sea en la calle o en los medios de comunicación: su discreción, su elegancia, su disciplina, un fuerte sentido del “saber estar”, su cultura y enorme capacidad de aguante. Poco más. Bajo un punto de vista negativo, tampoco hay mayor variedad: frialdad, seriedad, distancia.
Aunque ahora las luces enfocan a los nuevos monarcas, Felipe y Letizia, la reina Sofía (que mantiene el título) continúa en su papel: posó como todos los veranos en el palacio de Marivent, en Mallorca, rodeada por sus nietos, y mantiene la prudencia.
Lo hace incluso cuando una nueva ola de chismes habla de un supuesto divorcio de su marido, el rey Juan Carlos. Según un periódico italiano, la casa real difundiría un comunicado dentro de poco con el anuncio de la separación.
No es nada nuevo. La reina ha tenido que capotear ese tipo de rumores desde hace años y ha soportado supuestos idilios de su marido, a quien han relacionado con múltiples mujeres desde poco después de haberse casado.Tampoco es novedosa la información sobre la separación.
En España es vox pópuli que Juan Carlos y Sofía viven en zonas independientes del palacio de la Zarzuela, y que sus vidas privadas no van por el mismo camino. El divorcio de la pareja, que ya no reina, simplemente volvería oficial una situación de hecho.
Un inicio particular
Todo comenzó a mediados de los cincuenta en un barco, el Agamemnon, durante un crucero organizado por los padres de la princesa Sofía de Grecia, con invitados nobles europeos. El rey la conoció y ella le habló de su internado en Salem (Alemania). Fue un país cuya disciplina marcó sus hábitos de vida.
Luego, ella comentaría que Juan Carlos era “divertido, un poco gamberro; siempre gastando bromas y pasándolo en grande con la pandilla de las italianas y las francesas”. Tenían 16 años.Se volvieron a ver más adelante. En 1961 coincidieron en la boda del duque de Kent. Ella había terminado una relación con Harald de Noruega. Nació entonces un interés mutuo.
Los reyes de Grecia invitaron ese verano a Juan Carlos y su familia a pasar vacaciones en la isla de Corfú, y en septiembre el futuro rey le propuso matrimonio a Sofía. Se casaron el 14 de mayo de 1962 en Atenas, por partida doble: primero según el rito católico y, acto seguido, por el ortodoxo. Se necesitaron influencias y gestiones ante el Vaticano para llegar a esta fórmula, que satisfacía a todos.
Sofía adoptó luego la religión de su marido, y, más aún, del país donde reinaría.Juan Carlos había sido el elegido como sucesor por el dictador Francisco Franco, que había impedido que su padre, don Juan, reinara.
La histórica monarquía en España estaba, pues, interrumpida. Juan Carlos había pasado su adolescencia y juventud bajo la batuta del Caudillo y lejos de su familia, exiliada en Portugal.La pareja se trasladó a vivir al palacio de la Zarzuela, como lo había previsto Franco. Allí llevaron una vida bastante hogareña. En ese ambiente nacieron las infantas Elena (1963) y Cristina (1965).
El 20 de enero de 1969 llegó al mundo Felipe, el heredero.Sofía se matriculó en 1974 en un curso sabatino de humanidades en la Universidad Autónoma de Madrid. En Grecia, había comenzado estudios de Arqueología, Bellas Artes y Puericultura.
El 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Franco, su vida cambió: Juan Carlos fue coronado rey de España. La princesa Sofía de Grecia, que había nacido en 1938 en el hogar del Pablo I y de la reina Federica, se convertía en reina de España.
Una reina en su lugar
Era consciente de la importancia de ese paso. “Arrancábamos el reinado muy solos”, le dijo luego a su biógrafa Pilar Urbano. “¡Eso sí que era un desafío! Todo tenía que ser distinto. Y éramos nosotros, el rey y yo, quienes lo tendríamos que hacer”.Y lo hicieron.
Desde entonces, la reina siempre se ha comportado como tal. Nunca desentona, sabe cómo sonreír, qué hacer. Se viste de manera elegante, pero no llamativa (procura llevar ropa de diseñadores españoles).
Habla con la prensa, mas no demasiado. Es amable y, sin embargo, distante.
La reina Sofía, siempre ahí, al lado del rey Juan Carlos, luego de salir de la sombra. Acompañaba a su marido a casi todos los actos oficiales.Desde los primeros meses comenzó a reinar. Sabía que debía llevar –o al menos mostrar– una vida modélica.
Le aterraba ser comparada con la familia real británica. Poco a poco, con discreción, salió de la sombra. Acompañaba a su marido a casi todas las manifestaciones oficiales, iba a los viajes reales, organizó su propia agenda.
España es un país monárquico (si bien comienza a crecer una semilla republicana), que no teme criticar a los miembros de la familia real. A pesar de ello, es difícil oír palabras contra la reina en la calle. La casa real se ha empeñado en ofrecer esa imagen de mujer moderada y preparada. Sensible y solidaria. Posee el collar de la Orden de Carlos III, máxima distinción española para mujeres, por su dedicación a las obras sociales y culturales.
Ayuda en numerosas obras de beneficencia.
Ha dedicado importantes esfuerzos a la Fundación Reina Sofía, de la que es presidenta ejecutiva. Desde allí ha impulsado investigaciones en beneficio de la sociedad, como las centradas en el alzhéimer. También es la presidenta de honor de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción y del Real Patronato sobre Discapacidad.
Y colabora con proyectos sobre el desarrollo de la mujer campesina y en el fortalecimiento de microcréditos para los más necesitados. No era extraño encontrarla en la calle los días dedicados a las recolectas para la Cruz Roja. La gente se acercaba, daba la ayuda económica y ella le entregaba una calcomanía en reconocimiento.
Llegó incluso a presentar una serie de televisión de dibujos animados sobre el peligro del consumo de drogas. También se ha querido proyectar una imagen de mujer preparada y culta. Es académica de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de Historia.
Varias universidades del mundo le han otorgado el título de doctorado honoris causa: la del Rosario de Bogotá, Cambridge, Oxford, Georgetown y Nueva York, son algunas de ellas.Presidió la inauguración de muchísimos teatros y museos.
De hecho, uno de los más importantes de Madrid lleva su nombre, como un homenaje a su interés por el arte: el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, dedicado a artistas modernos.El volumen de todas estas actividades previsiblemente bajará ahora que su marido abdicó, pero los espacios reales todavía buscan su acomodo en el nuevo croquis español.
Zona de turbulencias
La reina ha mantenido la misma actitud de mujer serena durante las turbulencias de su matrimonio, propiciadas por las especulaciones sobre los romances de Juan Carlos, un hombre carismático que seduce a todo el mundo con su amabilidad.
La prensa le ha atribuido romances con todo tipo de mujeres: desde Lady Di hasta la cantante Paloma San Basilio. La última es Corinna Sayn-Wittgenstein, con quien estaba de cacería en Botsuana, cuando se rompió la cadera en el 2012.
Se trató de uno de los desafortunados momentos vividos recientemente por la familia Borbón y Grecia, que ha tenido que caminar sobre la cuerda floja durante los últimos años.
El episodio del rey en un viaje de caza a África, cuando España está en plena crisis, fue, sin embargo, anecdótico frente al terremoto que ha significado la investigación a Iñaki Urdangarin, esposo de Cristina, por varios delitos. Incluso, ella se sometió a un interrogatorio judicial, caso único en una infanta española.Durante estos meses en los que el caso Urdangarin ha movido las bases de la monarquía, la reina Sofía no ha dudado en demostrar su papel de madre. Visitó a su hija en Washington y recibe a sus nietos Urdangarin en casa. Su actitud ha sido muy diferente de la del rey Juan Carlos y de la de su hermano Felipe, que intentan ganar la mayor distancia posible.
El mismo apoyo materno ofreció a su hijo cuando decidió casarse con Letizia Ortiz, una periodista plebeya. El rey se opuso inicialmente a esa unión y Sofía, en cambio, siempre estuvo a su lado.
El rey Juan Carlos, en presencia de la Reina Sofía, firmó el pasado 18 de junio la ley orgánica que hizo efectiva a medianoche de ese día su abdicación, en una ceremonia celebrada en el Salón de Columnas del Palacio Real de la Zarzuela.
La presión y la atención sobre ella han disminuido desde la abdicación del rey en su hijo Felipe. Su actitud, sin embargo, es la misma: discreta, amable. Tiene claro que es y seguirá siendo la reina. Se lo dijo a Pilar Urbano en una entrevista que se convirtió en un libro, mucho antes de la abdicación:
“(…) me moriré siendo reina. Reina hasta la muerte. Aunque no reine. Aunque esté reinando mi hijo o aunque me hayan exiliado… Ah, y eso de reina madre no me gusta nada. Ni reina madre ni reina viuda: reina Sofía”.
En primera persona
La reina Sofía es una mujer poco abierta. Incluso en la intimidad. Sus amigas se cuentan con los dedos de la mano. Su hermana Irene, que vive con ella en la Zarzuela, y su prima Tatiana son las más cercanas. También tiene buenas relaciones con su hermano, Constantino II, a quien visita con frecuencia en Londres.
Le encanta la música clásica. Su compositor favorito es Juan Sebastián Bach; la obra, La pasión según san Mateo.
Le gustan los deportes. Coincide con el rey en la afición por el esquí, la equitación y la navegación de vela. De hecho, ella fue olímpica en 1960, con el equipo griego de vela.
Adora los animales. No le gusta la fiesta brava –a diferencia de su marido– y muestra su amor por los perros.
Es prácticamente vegetariana, al igual que lo fue su madre y que lo es su hermana.
A la reina le fascina ejercer de madre y abuela. Intentaba llevar ella misma a sus hijos al colegio cuando eran pequeños y ahora le encanta pasar tiempo con sus ocho nietos.
Generalmente luce vestidos de chaqueta clásicos, casi siempre hechos en España, y prefiere los colores pastel: rosado, azul, verde, blanco. Le gustan las joyas, pero no ostentosas.
Esa sobriedad lleva un mensaje de trasfondo a los ciudadanos, con el objetivo de que no sientan que malgasta su dinero. No hay que olvidar que el rey recibe una generosa asignación del Estado.
Unas cifras, a propósito, que se vio en la obligación de informar cuando la gente pidió transparencia a la familia real al conocer los posibles delitos cometidos por Iñaki Urdangarin.
Cambian los tiempos y cambian las actitudes, pero de una cosa están seguros los españoles: la reina Sofía nunca dará un paso en falso.