Tras la muerte del papa Francisco, el Vaticano entra en sede vacante y por una elección busca su sucesor. El mundo observa con atención el proceso que, desde hace siglos, define el rumbo espiritual y político de la Iglesia católica: el cónclave, una ceremonia de encierro, secreto y discernimiento que culminará con la elección del nuevo pontífice.
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Elección del sucesor del papa Francisco: clausura y aislamiento
El término cónclave proviene del latín cum clave, que significa “con llave”. No es una metáfora: los cardenales menores de 80 años, conocidos como electores, se encierran bajo estrictas normas de incomunicación en el Vaticano, más precisamente en la Capilla Sixtina, vigilados por personal eclesiástico y bajo dispositivos de inhibición de señales electrónicas.
Todo inicia con el juramento de secreto absoluto. Uno a uno, los cardenales colocan su mano sobre los Evangelios y prometen guardar confidencialidad sobre lo que ocurra en el proceso. Luego, el maestro de ceremonias pronuncia el solemne “Extra omnes” —todos fuera— y se cierran las puertas.
Votar bajo el Juicio Final
Presididos por los frescos del Juicio Final de Miguel Ángel, los cardenales inician las votaciones. Se celebran hasta cuatro escrutinios diarios: dos en la mañana y dos en la tarde. Cada elector escribe un nombre en una papeleta, la dobla, y al depositarla dice: “Pongo por testigo a Cristo, que me juzgará, que doy mi voto a quien considero que debe ser elegido”.
La preparación de las papeletas (denominada “preescrutinio“) implica su distribución, cumplimentación y la designación de recogedores y escrutadores. La emisión del voto (“escrutinio”) se realiza en secreto. Durante el “postescrutinio”, los votos se tabulan, se reafirman y luego se queman.
Al concluir cada ronda, las papeletas se queman. Si el humo es negro, no hay consenso. Si es blanco, se ha elegido nuevo Papa. Esta práctica de la fumata —blanca o negra— data de finales del siglo XIX. Desde 2005, se utilizan productos químicos específicos para generar el color deseado del humo.
Elección divina y política del Papa
Para consagrar un nuevo pontífice se requiere una mayoría calificada: dos tercios de los votos (92 de 138 en este cónclave) para la elección del sucesor del papa Francisco. Las reglas prohíben pactos, vetos y presiones externas. Sin embargo, como muestran la historia y las filtraciones, los bloques ideológicos, las alianzas discretas y las regiones influyen.
Uno de los casos más célebres ocurrió en 2005, cuando un grupo de cardenales —autodenominado informalmente como el Grupo de San Galo— se articuló para impedir la elección del entonces cardenal Joseph Ratzinger. Esta red, integrada por figuras como el cardenal belga Godfried Danneels, el jesuita Carlo Maria Martini y el británico Cormac Murphy-O’Connor, promovía una Iglesia más colegiada y menos centralista, opuesta al perfil doctrinal de quien terminaría siendo elegido como Benedicto XVI.
Aunque sus miembros aseguraban no actuar como una facción, Danneels reconoció años más tarde que el grupo “prefería otro perfil pastoral” y que había impulsado como alternativa al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, que sería finalmente elegido en 2013.
La presión de los bloques no ha desaparecido. Hoy, los cardenales africanos se consolidan como fuerza relevante; los europeos buscan recuperar protagonismo; y los latinoamericanos, tras el papado de Francisco, se reagrupan sin un favorito claro.
El legado del papa Francisco en el Colegio Cardenalicio
El papa Francisco, quien apareció con una herida en el mentón, elevó al rango de cardenales a 21 prelados de los cinco continentes, con una importante presencia latinoamericana, reflejo de su interés por las periferias en una Iglesia cada vez más globalizada.
Con este “consistorio ordinario”, el décimo desde su elección en 2013, el papa argentino siguió consolidando su legado y moldeando a su imagen el colegio de cardenales que, llegado el momento, deberá designar a su sucesor.
Francisco designó a más del 78% de los 138 cardenales electores, aquellos menores de 80 años, con poder de voto en los cónclaves que requieren una mayoría de dos tercios para la elección del sucesor del Papa.
La ceremonia del Consistorio comenzó la tarde del sábado en la majestuosa Basílica de San Pedro en Roma. Con la voz entrecortada, Jorge Bergoglio apareció con un gran hematoma en el mentón, cubierto por un vendaje. Según fuentes vaticanas, se golpeó al caer de la cama, aunque el Vaticano no emitió un comunicado oficial.
Como es tradición, los nuevos príncipes de la Iglesia se arrodillaron uno tras otro ante él para recibir la birreta púrpura y el anillo. “¡Adelante!”, les dijo el santo padre en señal de aliento.
Diversidad y advertencia pastoral
Desde su elección, Francisco ha destacado diócesis remotas en lo que llama las “periferias”, incluso en lugares donde los católicos son minoría. Esta nueva promoción sigue esa línea, con una importante representación de América Latina y Asia, aunque solo dos de África.
Los nuevos cardenales latinoamericanos eran los arzobispos de Lima, Carlos Gustavo Castillo; de Santiago del Estero, Vicente Bokalic; de Guayaquil, Luis Gerardo Cabrera; de Santiago de Chile, Fernando Natalio Chomali; y de Porto Alegre, Jaime Spengler.
Asia-Pacífico está representada por Dominique Joseph Mathieu (Teherán-Ispahán), el arzobispo de Tokio y el obispo ucraniano en Melbourne.
“Al fijar su mirada en ustedes, que proceden de historias y culturas diferentes y representan la catolicidad de la Iglesia, el Señor los llama a ser testigos de fraternidad, artesanos de comunión y constructores de unidad”, afirmó el Papa en su homilía.
El nuevo colegio cardenalicio “presenta una diversidad rica, geográfica y sociológica”, pero “a condición de que se refuerce la colegialidad”, advirtió monseñor Jean Paul Vesco, arzobispo de Argel.
Francisco, crítico de la “mundanidad espiritual”, advirtió también sobre el peligro de dejarse “deslumbrar por el atractivo del prestigio y la seducción del poder”.
La elección de cardenales depende exclusivamente del Papa. Algunos ejercen funciones en la Curia romana, otros permanecen en sus diócesis. Su perfil y orientación suelen dar pistas sobre el rumbo que podría tomar la Iglesia tras un nuevo cónclave.
Sala de las Lágrimas y sotana blanca
Una vez alcanzado el consenso, el cardenal decano pregunta al elegido: “¿Aceptas tu elección como Sumo Pontífice?”. Si responde afirmativamente, se le formula una segunda pregunta: “¿Con qué nombre deseas ser llamado?”. Desde ese momento, la Iglesia tiene nuevo Papa.
El elegido se retira a la Sala de las Lágrimas —así llamada por la carga emocional del momento—, se viste con la sotana blanca, y regresa a escena.
Habemus Papam
Finalmente, el cardenal protodiácono aparece en el balcón de la basílica de San Pedro. Con voz firme y latín ceremonial, pronuncia las palabras que paralizan al mundo: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam”.
El nuevo Pontífice emerge, saluda y ofrece su primera bendición Urbi et Orbi. Su pontificado ha comenzado. Y con él, otra etapa en la historia de la Iglesia universal.
Antecedentes históricos: del apóstol Pedro al papa Francisco
Según la Iglesia Católica, el Papa era originalmente el obispo de Roma, cargo que ocupó por primera vez San Pedro (uno de los 12 discípulos de Jesús). La teoría petrina afirma que la autoridad que Cristo otorgó a Pedro se ha transmitido a todos los papas. La exclusividad sobre la palabra Papa no fue reclamada por el obispo de Roma hasta el siglo VI, y la primacía papal se consolidó con el tiempo.
Durante siglos, la elección del Papa fue informal, con la participación de clero y laicos, lo que derivó en conflictos, antipapas y presiones políticas. En 1059, el papa Nicolás II estableció que la elección recaería solo en los cardenales. Más adelante, en 1179, se fijó la necesidad de una mayoría de dos tercios para elegir al Pontífice.
El número de cardenales con derecho a voto fue creciendo con los siglos. En 1975, Pablo VI fijó el máximo en 120. Además, desde 1970, se estableció que solo los cardenales menores de 80 años pueden votar. Con Francisco, ese colegio se diversificó geográficamente y hoy lo componen 138 electores. De ellos, el 78% fueron nombrados por Francisco, lo que garantizaría que continúe su política al frente de la Iglesia.
Una elección con historia y símbolos
En 2013, Jorge Mario Bergoglio fue elegido tras cinco escrutinios, luego de que se consolidara como figura de consenso frente a nombres como Angelo Scola o Marc Ouellet. La aparición del humo blanco provocó un estallido de júbilo en la Plaza de San Pedro, y minutos después, el cardenal Tauran anunció al mundo el nombre del nuevo Papa.
Con Francisco, el papado recuperó el nombre de un santo comprometido con los pobres. Ahora, una nueva elección se avecina. Y como siempre en la historia de la Iglesia, la decisión estará envuelta en silencio, fervor y política.