El próximo 28 de julio, los europeos conmemorarán el inicio de la Primera Guerra Mundial. Los franceses erigirán nuevas estatuas. Los alemanes bajarán la bandera a media asta todos los días. Los ingleses dedicarán una serie de programas especiales en la BBC.
¿Y los rusos? Los rusos tienen preparado algo muy especial. El presidente Vladimir Putin se dispone a invitar a todos al inicio de la Tercera Guerra Mundial en Ucrania.
Esta es la broma que circula por estos días en las redes de Internet para recoger el ánimo y la percepción de millones en todo el mundo sobre la mercurial e imprevisible estampa de Putin, el hombre que se ha convertido en un quebradero de cabeza para Europa y EE.UU.
En Washington, el barullo de los medios y la clase política coincide estos días en que, de un tiempo acá, al presidente estadounidense Barack Obama no le roba el sueño la malicia y mezquindad de los republicanos. Ni la accidentada implementación de la ley de salud, el más importante legado de su presidencia.
De un tiempo acá, coinciden, las pesadillas de Obama son protagonizadas por Vladimir Putin. El político que ha reencarnado como un zar de la Rusia imperialista. Un nostálgico del nacionalismo ruso que ha conseguido resucitar entre los suyos el viejo sueño expansionista. Un personaje marcado para siempre por la caída del Muro de Berlín en 1989.
Como agente de la KGB, Putin fue el encargado de supervisar desde Dresden la dolorosa desaparición de la República Democrática Alemana. Un nostálgico del nacionalismo ruso que nunca ocultó sus críticas a quienes permitieron en Moscú el derrumbe del imperio. Frío, calculador y pragmático, tras su paso por la KGB aprendió las artimañas del capitalismo más marrullero para arrinconar a sus viejos adversarios en Europa y EE.UU. y desafiar al mundo entero.
Cuando el pasado 1 de mayo más de 100 000 personas abarrotaron la Plaza Roja, Putin supo que el alma del orgullo les había regresado al cuerpo. Hoy son millones los que le ven como un salvador y como el nuevo conquistador que avanza a pecho descubierto por el viejo mapa eurasiático que alguna vez marcó los dominios de la antigua Unión Soviética, como el líder que ha conseguido que los años de humillación y derrota queden en el pasado.
Y ayer, día en que se conmemoraron 69 años de la victoria de Rusia sobre la Alemania nazi, el fervor nacionalista ruso alcanzó cotas no vistas en mucho tiempo. Los tanques y misiles volvieron a desfilar por la Plaza Roja. Las tropas ejecutaron su sincronizada marcha sobre el asfalto. Los aviones de combate surcaron los cielos para marcar una nueva era de avance expansionista bajo el liderazgo de Putin.
También ayer, en un claro desplante a Occidente, Putin se trasladó por primera vez de Moscú hasta Crimea para conmemorar los 70 años de la liberación de esa península. En medio de la peor crisis desde el fin de la Guerra Fría, Putin aprovechó el momento para enseñar los dientes a Ucrania y a quienes le protegen, con el terror a una tercera guerra mundial, desde EE.UU. y Europa.
Mientras Putin presidía el desfile militar en Crimea, en la vecina Ucrania continuaban los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y los insurgentes prorrusos. Los choques causaron 21 muertos en la ciudad de Mariupol.
En tanto, los separatistas de las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk convocaron para mañana a un referéndum de independencia.