Pueblo uruguayo atrae extranjeros que buscan reducto de paz y alta cocina

Un pueblo de 200 habitantes en medio del campo uruguayo se ha convertido en los últimos años en reducto chic de extranjeros de alto poder adquisitivo que acuden en busca de paz, descanso y alta cocina en un entorno natural.

Una inmaculada plaza arbolada constituye todo el centro de pueblo Garzón, localidad ubicada a 180 kilómetros al noreste de Montevideo y a 70 kilómetros del exclusivo balneario Punta del Este y que detrás de sus sencillas fachadas esconde restaurantes de alta cocina, alojamientos de lujo y tiendas de diseño.

Todo comenzó hace ocho años, cuando el reconocido chef argentino Francis Mallmann decidió instalar allí un hotel-restaurante en lo que era un antiguo almacén.

“La idea es que la gente venga a descansar, que anden a caballo o en bicicleta, disfruten de la naturaleza, el silencio, la buena comida (...) alejarse un poco de la ciudad, la playa, la gente”, dijo a la AFP Victoria Ubertone, gerenta del hotel.

Argentinos, brasileños, estadounidenses y europeos no dudan en pagar los 170 dólares por persona que cuesta un almuerzo y los 780 dólares por una de las cinco habitaciones de este hotel rústico pero elegante, organizado en torno a un patio con piscina y palmeras, donde reinan los maceteros con hierbas aromáticas.

“La calma es impresionante, es bien pueblo del interior de cualquier lugar de Sudamérica pero con esto que es muy chic”, dice Mónica Testoni, una argentina que veranea en Punta del Este y decidió almorzar en Garzón.

En otra esquina de la plaza del pueblo, acaba de abrir sus puertas D'Cepa, restaurante y centro cultural a cargo del chef argentino Esteban Aguirre, emprendimiento promovido por Mallmann y su socio en el hotel, el vitivinicultor argentino Manuel Mas.

“Junto a Lucifer (otro restaurante a la entrada del pueblo) buscamos complementarnos todos para dar un servicio general al turismo, que no todo gire sobre el hotel”, explica Aguirre.

D'Cepa incluye una tienda de decoración y un sencillo teatro de paredes de piedra en el antiguo molino.

En el tranquilo pueblo que parecía destinado al abandono tras la desaparición del ferrocarril y del molino que daban vida a la zona, ya no sorprende escuchar conversaciones en otros idiomas y ver vehículos de alta gama circulando por sus calles de tierra.

“Son pocos clientes, pero de alto poder adquisitivo”, dice Mariano Piñeyrúa, diseñador uruguayo que se instaló en 2009 junto a su pareja ofreciendo sobre todo prendas de cuero y lana en un local que este año incorporó muestras de arte.

“Al tener poco tráfico de gente, al cliente lo tenés que agasajar con el lugar. Esto no es una tienda, es un espacio, podés pasar al fondo, sentarte, tomar algo”, asegura.

Nuevas perspectivas... nuevos precios

El turismo representa un renacer para este pueblo que a principios de siglo supo albergar unos 2 000 habitantes -en el poblado y la zona rural aledaña- pero donde no había perspectivas para los jóvenes hasta la llegada de un emprendimiento agroindustrial en el año 2000 y, poco después, la apuesta de Mallmann por el lugar.

Ha habido un “cambio en las posibilidades de futuro de la gente (...) el pueblo no tenía mayor rumbo y lo empieza a encontrar a través de este emprendimiento agroindustrial importante y de esta forma de hacer turismo”, dijo Fernando Suárez, alcalde de Garzón.

A eso “hay que sumarle turistas europeos que han comprado residencias en esta zona, que son mantenidas por gente del pueblo”, añadió.

Al menos una decena de extranjeros se han instalado en Garzón, “gente de lo más sencilla”, según los lugareños, que citan entre los nuevos habitantes al sastre del cantante Mick Jagger o a una editora del New York Times.

Pero el más conocido es el galerista de arte londinense Martin Summers, quien hace cuatro años se construyó una residencia a la que acude tres veces en el año y que ahora admite turistas en sus seis habitaciones cuando él no está.

Quienes acuden al hotel son “súper tranquilos, con perfil bajo”, explicó Camilo Hernández, encargado del lugar, recordando una pareja británica con dos niños que a fin de año reservó todo el hotel para ellos.

No obstante, la llegada de los extranjeros disparó el precio de los inmuebles y campos de la zona. Varias viviendas están en venta, una inmobiliaria ya se instaló en el lugar y otra anuncia su próxima llegada.

Si antes un terreno de unos 400 metros cuadrados en el pueblo costaba unos 1 000 dólares, ahora no se consigue por menos de 30 000 o 40 000 dólares, recuerdan los pobladores, mientras que viviendas sencillas que podían conseguirse por 3 000 a 6 000 dólares hace ocho años hoy no bajan de 60 000 o 70 000.

De todas formas, para Suárez no hay peligro de que Garzón se transforme en un nuevo José Ignacio, antiguo pueblo de pescadores en la costa uruguaya convertido en balneario exclusivo tras la llegada de celebridades de la región.

“Este crecimiento es de convivencia permanente entre el turista internacional, o esa persona que compró en Garzón, y el poblador de toda la vida que se piensa quedar en la zona”, opinó, asegurando que hasta ahora “el que viene respeta que se mantenga la esencia del pueblo”.

Y aunque los pobladores son optimistas, admiten cierto temor.

“El que no tiene (vivienda) ya no puede comprar”, advierte Verónica Deliotti, quien luego de trabajar en uno de los restaurantes de lujo del pueblo se ocupa desde hace un año de la cantina del club, donde acuden lugareños y turistas de menor poder adquisitivo.

Si bien cree que “el futuro para los chicos está cambiando”, admite: “A veces da miedo. La tranquilidad que tenemos no queremos que se cambie”.

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