Valdir y Pedro, dos brasileños de 43 y 55 años, llevan 19 horas en la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas. Durmieron la noche del martes allí entre el suelo y algunas sillas y esperan que les resuelvan su viaje antes de que oscurezca otra vez.
En la aerolínea donde pagaron los billetes les dijeron que todos los vuelos estaban llenos y que debían ubicar primero a las personas cuyos trayectos fueron cancelados por la nube de ceniza volcánica. La firma recoge pasajeros de toda Europa con destino a Brasil y viceversa. No les dicen cuándo embarcarán, tampoco les han ofrecido cubrir los gastos de alojamiento. Les explican que la culpa la tiene el volcán y que no es su obligación responder.Ellos lo toman “con filosofía”. “No podemos enojarnos con la naturaleza, así que tratamos de llevarlo con paciencia. Pasamos conversando, riéndonos y comiendo”, dice con una carcajada Valdir, pastor que vive desde hace nueve años en Valencia-España.
Vuelve a visitar a su familia solo seis meses después y no hay quién le borre la sonrisa del rostro. Mientras Pedro, que trabaja como albañil en Valencia, no lo ha hecho desde hace nueve años, por eso confiesa que siente “ansiedad” frente la situación que vive.
Ayer, el aeropuerto madrileño trataba de volver a la normalidad. Las enormes colas, el caos y la desesperación de días anteriores eran ocasionales. Sin embargo, todos los vuelos a Fráncfort (Alemania) continuaban cancelados, al igual que los que se dirigían a Finlandia. Algunas compañías como Ryanair o Easy Jet, de bajo coste, mantenían cancelados todos sus trayectos a Berlín, Bruselas, Bérgamo, París, etc.
Hacia algunos de estos destinos, American Airlines o Lufthansa ya prestan el servicio. Los pasajeros afectados que no encuentran explicación a ello, la obtienen de forma no oficial del personal de la Terminal: “los aviones de esas líneas tienen mayor tecnología y están preparados para volar, los de las más pequeñas son menos potentes y no pueden tomar ningún riesgo”, dice una funcionaria.
Pero a Leng Bingle y Gong Liui, estudiantes chinas de Linguística en París, el empleado de Ryan Air que atiende su reclamo les da un argumento que a ellas les parece descabellado. “Que ellos tienen el avión y el personal listos para volar y que podemos partir sin problemas, pero que es el aeropuerto de París el que no está a punto”, relata Leng.
Les entrega una hoja en español –idioma que no manejan- con una serie de datos y números, entre ellos el de un fax de la Terminal de Beauvais (París). Les dice que cualquier reclamo se lo hagan a ese aeropuerto por escrito. “¿De dónde voy a sacar un fax ahora? Es absurdo”, reclama Leng.
Dicen que podrán embarcar la próxima semana y que deberán pagarse el hotel, pero ellas no pueden perder un día más de clase. Pidieron que les devuelvan el dinero, tampoco. Que les cubran el pasaje por tren, menos. La aerolínea no se responsabiliza. “Sé que si insistimos, nos seguirán tratando igual. Así que volveremos en tren a París, por nuestra cuenta”, sentencia Gong.
Eurocontrol, la agencia que regula el tráfico europeo, estimó que ayer se realizaran 21 000 vuelos en el espacio aéreo europeo, cuando el flujo normal en un miércoles es de 28 000.
Con ello se habría cumplido el 75% de los trayectos que se suelen llevar a cabo. Hasta ayer –y desde el jueves 15 de abril- Eurocontrol cree que se habrán cancelado más de 100 000 vuelos.
Según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), las cancelación de vuelos en Europa, desde la erupción del Eyjafjalla, le reportará pérdidas al sector por USD 1 700 millones.
Mientras que las empresas turísticas españolas cifran en 252 millones de euros las pérdidas.