Le puede pasar a cualquiera. En su momento, la Casa Real española tuvo que intervenir para evitar que una foto casual a la que accedió el príncipe Felipe se convirtiera en propaganda de los servicios de una conocida mentalista argentina. Ahora, le toca a la Casa Blanca batallar para que una selfie con Barack Obama no derive en publicidad de una conocida marca de teléfonos celulares.
“No, no prohibiremos las fotos con el presidente”, ironizó el vocero presidencial, Jay Carney, al ser consultado sobre las derivaciones del cruce legal en que derivó una foto que Obama se tomó la semana pasada con las estrellas del equipo de béisbol de los Red Sox de Boston.
Ocurre que la foto casual a la que el presidente accedió con una de las principales figuras del equipo se convirtió, primero, en tendencia en las redes sociales y, enseguida, en publicidad de Samsung, el fabricante coreano del teléfono con que se tomó.
“No queremos ningún uso comercial de la imagen del presidente“, fue el mensaje que la Casa Blanca hizo llegar a los fabricantes. La cuestión movilizó a la oficina legal del gobierno, que contactó al fabricante surcoreano. Al parecer, la cuestión no fue del todo inocente. Ahora se sabe que el bateador dominicano David Ortiz, el que le pidió la foto a Obama, había estado en tratativas con Samsung sobre el posible uso de las imágenes obtenidas durante la mentada visita del equipo bostoniano a la sede gubernamental.
No es la primera vez que los Obama ponen freno al uso comercial de sus imágenes. Apenas asumió el líder demócrata, fue su mujer, Michelle, la que puso la cara para evitar que las imágenes de sus dos hijas se convirtieran en “modelo” de un fabricante de muñecas. Una suerte de nueva línea de Barbies.
“Pedimos respeto para nuestra intimidad”, dijo, en ese momento, Michelle. No fue necesario ir más lejos. Las muñecas, que llegaron a comercializarse, vieron interrumpida su fabricación.
Mucho antes del furor por las selfies, como se denomina a las autofotos con un celular y cuyo pináculo se alcanzó en la última entrega de los Oscar, lo mismo ocurría con las imágenes casuales a las que podían acceder figuras públicas.
Años atrás, durante una de sus visitas a Buenos Aires, el heredero al trono español, Felipe de Borbón, accedió a tomarse una foto que luego derivó en campaña de supuestos servicios de una conocida mentalista de nuestro país. La mujer intentó, con esa imagen, mostrar la “seriedad” de sus servicios.
En el caso de la foto del presidente norteamericano con “Big Papi“, como se conoce al bateador, la cosa no fue tan lejos. Pero sí es verdad que generó confusión sobre una eventual posibilidad de que se pusiera algún tipo de límite a las fotos casuales a las que accede el jefe de la Casa Blanca y que, en lo que va de su mandato, se cuentan por miles.
Obama ya se había visto en problemas durante el funeral de Nelson Mandela, cuando se sacó una selfie de lo más divertida con el premier inglés, David Cameron, y la primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt. La foto dio la vuelta al mundo y generó todo tipo de debates.
“Es posible que debamos prohibir las fotos con el presidente”, deslizó días atrás el asesor presidencial Dan Pfeiffer. Aparentemente fue una broma que salió mal y que obligó al vocero oficial, Carney, a aclarar que eso no estaba sobre la mesa.
No estará sobre la mesa, pero sí en un marquito la foto que tanto dio que hablar.
Todo fue muy rápido. Los jugadores de los Red Sox estuvieron el lunes de la semana pasada en la Casa Blanca. La maniobra publicitaria, el escándalo, su desactivación y su posterior aclaración no insumieron más que siete días, incluido un fin de semana.
Casualidad o coincidencia, en la ocasión el propio Obama bromeó con el valor de las fotos del encuentro. “Hasta el fotógrafo de la Casa Blanca estaba desesperado por esta visita”, bromeó. De haberse propuesto ser profeta, no le hubiese salido mejor.