Fotografía tomada el 22 de diciembre 1989 que muestra a la gente de Alemania del Este saludando a los ciudadanos de Alemania Occidental en la Puerta de Brandenburgo en Berlín, Alemania. Foto: Patrick Hertzog /AFP
Nadie podía prever lo que sucedería esa noche del 9 de noviembre de 1989. El desconcierto y la tensión de las primeras horas dieron paso al júbilo desenfrenado. Las imágenes de los berlineses en lo alto del Muro de Berlín, que durante 28 años dividió un mismo pueblo, recorrerían el mundo. Nadie olvidaría esa noche.
El fotógrafo Aram Radomski y el defensor de los derechos humanos de la entonces República Democrática Alemana (RDA) Siegbert Schefke fueron los primeros berlineses del este en cruzar al otro lado sin necesidad de permiso alguno hace ya 25 años.
Cuando el miembro del Politburó Günter Schabowski salió en la televisión de la RDA diciendo que los ciudadanos orientales podían cruzar “de inmediato”, Radomski y Schefke no lo dudaron y salieron disparados a uno de los puestos fronterizos. “Yo ví las imágenes de la rueda de prensa mientras cenaba y tuve claro que debíamos ir en ese momento a la frontera”, recuerda el fotógrafo berlinés en conversación con la agencia dpa.
Cuando su amigo Schefke llegó a su casa se dirigieron a la Bornholmer Strasse, que pasaría a la historia por ser el primer control en abrir sus puertas. Una vez allí, Radomski gritó a los guardias fronterizos: “Díganme, ¿es verdad que a partir de ahora se puede cruzar la frontera de la RDA con un documento de identidad válido?”. En un primer momento los soldados no reaccionaron, pero Radomski decidió entonces dirigirse al oficial en servicio, el teniente coronel Harald Jäger.
“Schabowski dijó ‘de inmediato'”, le recordó. El oficial despareció y cuando regresó después de 15 minutos dijo: “Quien lo desee puede hacerlo ahora”. La reja se abrió y Radomski y Schefke mostraron sus documentos de identidad y fueron sellados.
Los dos fueron los primeros ciudadanos del este en cruzar esa noche al otro lado sin visado. “De repente caminamos por ese inhóspito puente y llegamos a Wedding. Era igual de desolador que el este. Allí pensé: ‘bien, esto es el oeste'”. “A pesar de que pudimos atravesar el puente, tenía la sensación de que en cualquier momento la calle iba a doblar y que íbamos a estar de nuevo en el este y que detrás de nosotros iba a haber un coche de la policía para llevarnos a prisión”, rememora el hoy periodista de televisión.
En los primeros momentos, los guardias fronterizos pusieron el sello de expatriación en los pasaportes de los que querían ir al otro lado. “Nuestros pasaportes quedaron invalidados, pero reinaba el Estado de excepción. Todas las leyes habían perdido su vigencia”, indica Radomski que regresó a Prezlauer Berg, en el este, de madrugada.
Esa noche los berlineses del este no estaban solos. Cientos de berlineses del oeste acudieron a darles la bienvenida y a apoyarlos para conseguir lo que todos los alemanes llevaban años soñando: derribar el Muro.
Florian Schmidt fue uno de los berlineses del oeste que decidió acudir a la antigua frontera. “Yo estaba sentado en mi pequeño y frío piso cuando mi vecino vino poco después de las siete de ese día para decirnos que el muro había caído”, comenta en conversación con dpa. “Él había visto la retransmisión en directo de la rueda de prensa, pero nosotros no nos lo creímos al principio porque era un tipo extraño”, recuerda sobre la incredulidad de los primeros momentos .
Sin embargo, el entonces estudiante de 21 años acabó cruzando al otro lado con un grupo de amigos, “siempre esperando ser parados por la policía fronteriza del este, pero eso nunca pasó”. “Acabamos llegando a la Puerta de Brandenburgo a través de Unter den Linden. Éramos como 150 o 200 personas allí”, indica. “Tenían armas, cañones de agua… como alguien que controla la situación, pero podíamos ver a través de la Puerta de Brandeburgo que ya había cientos de personas sobre el Muro. Sin embargo, la situación era tensa”.
Schmidt reconoce que en ese momento no estaba muy seguro de qué hacer. “Vi a uno de nuestro grupo que empezó a hablar con uno de los policías. El policía decía ‘no puedes hacer esto’. En ese momento supe que sí que se podía porque realmente no tenía respuesta alguna”. “Entonces una persona comenzó a correr y se produjo una estampida por el lateral de la Puerta de Brandeburgo, pero nosotros decidimos correr a través de la Puerta de Brandeburgo”, recuerda.
“Creo que fui una de las primeras personas en hacerlo en muchos años. Me acuerdo que estaba gritando mientras la atravesaba. Corrí hacia el Muro con mucha adrenalina”. Para este berlinés del oeste la noche se convirtió en un cúmulo de emociones mientras el champán corría y cantaban.
Su imagen encima del Muro junto a otros berlineses acaparó las portadas del día siguiente. “La vida de la ciudad cambió por completo”, afirma echando la mirada atrás este berlinés que reconoce que ya no piensa en el este o en el oeste si no en barrios.
“En parte el muro sigue estando ahí, en el corazón de todo el mundo, pero en el día a día ya no es algo en lo que se piense”, agrega.