Hiroo Onoda, el legendario último soldado del Ejército Imperial japonés que se rindió recién en 1974, murió ayer por la tarde a los 91 años de un ataque al corazón en un hospital de Tokio. El emblemático combatiente había ingresado al centro de salud el 6 de enero como consecuencia de la insuficiencia cardíaca.
Onoda, un ex oficial de inteligencia, continuó luchando durante décadas en la isla filipina de Lubang, donde había sido ubicado en 1944, a pesar de la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Después de su implantación en la selva en la isla, nadie pudo convencerlo de que el Ejército Imperial fue finalmente derrotado. Sólo con la intervención de su ex comandante, quien le ordenó deponer las armas, Onoda decidió poner fin a su guerra personal, tras pasar casi treinta años sobreviviendo aislado en Filipinas.
Onoda sobrevivió, con otros tres compañeros, a bombardeos y ataques de las tropas estadounidenses y sus aliados. Al tanto de la derrota de Japón, uno de los soldados dejó el grupo en 1949 y se entregó voluntariamente. La diplomacia japonesa le informó de lo que había pasado, pero él decidió comenzar a moverse en la recuperación de los sobrevivientes.
Sin embargo, los otros dos compañeros murieron tras enfrentamientos armados con los habitantes de la isla, dejando a Onoda como único superviviente. En marzo de 1974, después de ser detenido, lo que puso final a “su” guerra, el teniente Onoda fue recibido con todos los honores por el presidente filipino Ferdinand Marcos y su esposa Imelda. Al regresar a casa, fue recibido con muchos honores, en 1975 decidió trasladarse a Brasil, donde se casó y tuvo una plantación exitosa. Regresó a Japón en 1984 y dijo que deseaba morir en su tierra.