¿Quién mató al tigre de la González Suárez?

"La amnistía solicitada por Correa es una coincidencia increíble”, dice Pablo Cuvi, quien en los próximos días presentará una recopilación de artículos periodísticos, cuyo título ‘¿Quién mató al tigre de la González Suárez?’ hace referencia a un texto sobre Alberto Dahik, publicado en Diario Hoy hace 16 años.

A continuación, el artículo completo.

En las vacaciones del año pasado (cuando Alberto Dahik era aún la segunda autoridad en el país, después del alcalde de Guayaquil), mi hijo de 9 años vino a contarme, en acento levemente afrancesado, que su abuela había encontrado un tigre paseándose por la sala de su casa. Le quedé viendo con ojos incrédulos pues resulta que la abuela no vive en el fondo de la selva amazónica, ni es vecina de los hermanos Gasca, sino que habita en el noveno o décimo piso de un edificio de ladrillo visto de la González Suárez, con guardia permanente y ascensores con llave individual.

Cuando empezaba a darle consejos paternos sobre el manejo de la verosimilitud (es decir, de cómo hacer comulgar a los lectores con ruedas de molino o tigres alados) mi hijo recurrió al idioma francés para ratificar que el asunto iba en serio. Y que su abuela había llegado exactamente a la misma conclusión: descartado algún juego de la realidad virtual o una alucinación matutina, llamó al guardia sin despegar la vista de la fiera, que luego de haber devorado los steaks de la cocina, inspeccionaba los dormitorios cual pacífico agente de bienes raíces.

Averiguadas las cosas, resultó que el tigre había avanzado desde el apartamento contiguo por el borde externo de las ventanas, de 5 cm de ancho, porque olfateó unos T-bone steaks que estaban descongelándose desde la noche anterior. Como en el cuento de Poe, solo un animal podía lograr la proeza de caminar, ceñido y sigiloso como una sombra, a esa altura de vértigo, con el estricto fin de servirse el desayuno. El tigre fue devuelto al vecino con las observaciones del caso.

Mas ahora resultaba que el animal lo había intentado de nuevo, con nefastos resultados pues habiendo recorrido una vez más ese largo e inverosímil trayecto, halló cerrada la ventana de la cocina, no pudo entrar, no pudo volver y cayó diez pisos abajo (como caen los vicepresidentes, para no abundar en nombres). Mi hijo concluyó su historia y regresó a la escuela en Francia, dejándome algunas dudas sobre el sistema educativo de los sucesores de Mitterrand.

Poco después, a propósito del inicio de la campaña electoral, fui a entrevistar a Jaime Durán. ¡Oh sorpresa, el consultor habitaba el mismo edificio de la González Suárez! Durán me hizo pasar a la biblioteca y respondió con sagacidad y sabiduría a todas mis preguntas. En aquellos días, Paz desplazaba a Vargas del segundo lugar, pero Nebot los doblaba en intención de voto y era el puntero indiscutible. ¿Qué problemas le acarrearía su relación con Febres Cordero? El consultor veló con una sonrisa irónica una gran verdad: lo mejor que le podía pasar a Nebot era que León desapareciera del mapa político. Pasamos a especular sobre el inminente juicio político al vicepresidente, ignorando aún que se convertiría en un duelo a muerte entre los dos tigres de la derecha ecuatoriana: Dahik y Febres Cordero.

Hablando de tigres, le pregunté si conocía la famosa historia. “Cómo no, si el tigre era mío”. ¡Miau! Pedí disculpas mentales a mi hijo por las dudas y me arrellané en el sofá. En efecto, Durán confirmó que el felino, cuando cachorro, se había trasladado de un modo casi mágico a la cocina vecina. Pero la segunda vez, más grande (y con las uñas limadas), calculó mal su tamaño y se precipitó al vacío. Un

vacío que pude contemplar desde la misma ventana. “Cuando el guardia llamó, aterrado, yo estaba sentado aquí en la biblioteca. Y ahí donde estás tú ahora, estaba Alberto Dahik, que venía de vez en cuando. Bajamos a ver: el pobre tigre era una bolsa de huesos quebrados, ¡pero seguía con vida!”

Como su dueño no se animaba a ultimarlo, el entonces vicepresidente constitucional de la República se comidió a darle el vire definitivo. Embarcaron al moribundo en el carro oficial (que al año siguiente trasladaría a Rosalía) y partieron raudos hacia un terreno baldío, donde Alberto asestó un par de piadosos balazos al pobre animal, que ignoraba la altísima investidura del hombre que lo enviaba al más allá.

No terminaba el felino de reintegrarse a la Pachamama cuando, el 11 de octubre, Dahik volaba exiliado a Costa Rica: lo que había hecho con el tigre no pudo hacer con el león, ni con los microfilms, pero sus denuncias fueron de tal magnitud y tal impacto que, no obstante el silencio judicial, refrescaron la memoria colectiva e influyeron para que, en la segunda vuelta electoral, veinte provincias decidieran relegar al Partido Social Cristiano.

Dulce venganza. Con esos resultados, supongo que el economista Dahik puede dormir tranquilo y soñar con su retorno. Además, si las balas de gracia fueron adquiridas con fondos reservados, ¿qué le hace una raya más al tigre?

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