Me encuentro sentado en el bar del Club Defensores de Arenas. Está por jugar Argentina contra Grecia y me veo obligado a garabatear en un cuaderno esta columna antes de que sea muy tarde. Quizá me equivoque. ¿Qué es el fútbol sino el engaño, como me dijo César Luis Menotti? Pero también quiero evitar ese “yo sí dije” que siempre repiten aquellos agoreros tardíos que se regodean por igual en el triunfo y en la derrota.
Me es totalmente necesario porque no hay amor más grande que el que existe entre el balón y Maradona. Lo comprobé en el partido contra Corea, cuando le llegó la pelota y la acarició (nunca mejor dicho este lugar común) con el taco, como ofreciéndola al rival, a quien bautizó Kung Fu luego de que lo matara a fouls en México 86, como diciendo “ te la devuelvo”.
Es que algo tiene Maradona que maravilla. Eso debió pasarle al árbitro cuando metió el gol con la mano. Quizá extasiado por su juego no la vio, como tampoco el mundo. Es que así es Maradona: era tan bueno que hasta de mano metía un gol.
Es cierto: todos tenían dudas de él como técnico. Su pasado en Mandiyú y Racing no lo ayudaba. Argentina no se mostraba como equipo en la eliminatoria, pero tampoco lo había hecho con Alfio Basile, quien sí es un técnico probado. Pero la verdad de la milanesa (como se dice aquí) es el Mundial y de los técnicos que están en Sudáfrica, ninguno como él sabe lo que es un Mundial. Y da muestras de sobra: si toma la decisión final, le da lugar a su cuerpo técnico. Los consulta, los llama “los técnicos”. Y los cambios sin excepción le dan resultados.
También es cierto que a muchos chocan sus expresiones, pero a otros no solo les fascinan sino que se identifican. Y cuando habla de fútbol lo reduce a algo simple. Dice lo justo y necesario. Y eso es algo que el jugador más valora, como me dijo en un café uno de los grandes del fútbol argentino, Antonio Rattin.
Me veo obligado a escribir esto, que no dice todo lo que siento por Maradona, porque Defensores queda en Lanús, cerca de Villa Fiorito, de donde salió para conquistar el mundo. Y para evitar el “yo sí dije”, pase lo que pase hoy contra México, como me dijo Gustavo Barros Schelotto, “le vaya bien o mal, siempre será el Diego”.
Es que, con la mano en el corazón, para los que amamos el fútbol, salvo una que otra mujer, él, con la pelota en los pies, nos ha dado los mejores momentos de nuestras vidas y en Argentina nos ilusionamos con el tricampeonato.