Villa Lugano y Villa Soldati no son los barrios conocidos que los turistas visitan en Buenos Aires. No hay pubs, restaurantes gourmet, discotecas de alto nivel, hoteles elegantes ni hostales para mochileros. No tienen la iluminación nocturna de la que gozan Palermo, San Telmo o el centro.
Son, más bien, barrios modestos del sur de la capital argentina, de ‘laburantes’ (trabajadores), con veredas descuidadas y mucho espacio verde, pero desprolijo.
Predominan las casas sencillas o los ‘monoblocs’, versión argentina de los multifamiliares ecuatorianas, de paredes alguna vez blancas, teñidas ahora por las huellas de la lluvia. Cerca de esas viviendas están las villas miseria, barrios muy pobres, en donde las casas de bloque visto se agolpan.
Parecen sobrepuestas: no se sabe dónde termina una y comienza otra. Los caminos y vericuetos son de tierra. Escasean los servicios básicos, aunque irónicamente de algunas casas yerguen antenas parabólicas de televisión satelital. En las villas conviven trabajadores de salarios paupérrimos, en negro o desempleados, con los llamados ‘punteros’: líderes barriales que en política se venden al mejor postor.
Hasta allá llegan inmigrantes del interior y de los países vecinos, como Bolivia y Paraguay. Son barrios infranqueables por sus peligros: “a la villa voy a comprar droga, pero es bravo pasar por ahí”, dice Agustín. La pasta base, llamado ‘paco’ en Argentina, se ha ensañado contra muchos jóvenes que deambulan con el presente y porvenir desechos.
Desde esas villas cerca de Soldati y Lugano salieron los ‘okupas’ (invasores) para tomar unos terrenos baldíos, llenos de basura, ratas y hasta víboras, al que paradójicamente las autoridades municipales llaman Parque Indoamericano. Allí ocurrió la primera de las ocho ocupaciones en la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Iban con la esperanza de tener al fin su tierra en donde levantar su casa y sentirse propietarios. Iban hombres y mujeres con niños en brazos o embarazadas, ancianos. Eran argentinos, bolivianos y paraguayos. Llegaron en carpas improvisadas de tela, de cartón, y con latas pretendían protegerse de la noche y también de los vecinos de la zona.
Enfurecidos por su presencia y ante la impasividad gubernamental, apoyados por miembros de barras bravas del fútbol, otros que se venden al mejor cotizante de la política, agredieron con botellas y tiros de revólver a los ‘okupas’, los más leves con insultos xenófobos. Tres días y noches fueron los enfrentamientos entre los ‘sin techo’ y vecinos sin la presencia del Estado. Solo una vez, el martes de la semana pasada, actuó la Policía Federal. Las investigaciones judiciales que se realizan sospechan que los tres muertos, dos bolivianos y un paraguayo, habían recibido impactos de armas.
“No estamos en contra de los bolivianos y paraguayos”, dice Esteban. “Yo soy hijo de italianos. Lo que pasa es que nosotros tampoco tenemos derecho a casa, yo también tengo que alquilar y debo pagar todos los impuestos y me ‘rompo el lomo’ trabajando, pero ellos no. Creo que merecen una solución, pero no tomando el predio en el cual los chicos juegan fútbol”, se defiende.
Desde hace seis días cinco después de los incidentes-, más de 1 200 uniformados de Prefectura y Gendarmería custodian el parque. Era la única solución posible porque se trababa el diálogo entre las autoridades de la ciudad, el alcalde Mauricio Macri, derecha, y el Gobierno Nacional con la presidenta Cristina Fernández, populista, enfrentadas política e ideológicamente.
Tuvieron que pasar 10 días para que ambos gobiernos depusieran actitudes y llegaran a un acuerdo final. Prometieron ingresar a los ocupadores en planes de vivienda a bajo costo, pero también hicieron una advertencia nacional: a quien se le ocurriere tomar una tierra será inmediatamente excluido de cualquier plan de vivienda y de asistencia social.