Desde una esquina pueden verse el viejo y el nuevo Kuwait: un edificio de dos o tres plantas que recuerda la era colonial británica, de color ocre claro, con cables de electricidad cruzando sus muros y, al fondo, en la distancia, como un espejismo, la torre de concreto y cristal, altísima, un signo de riqueza y poder material.
Es un país joven, que obtuvo su independencia en 1961, pero su historia va más allá. En 1990 fue escenario de una cruenta invasión de las tropas del líder iraquí Saddam Hussein y, en 1991, de una guerra de liberación encabezada por Estados Unidos. Pero esa historia ya parece distante y en la ciudad no se perciben huellas de traumas bélicos ni de pobreza. Si acaso, un hombre mayor lisiado que pide limosna en una calle aledaña al bazar, el único mendigo en kilómetros a la redonda.
Cinco días, dedicados en su mayor parte a atender una cumbre internacional de donantes para los refugiados sirios, apenas permiten tener algunas vivencias y registrar estampas, casi postales, de esta nación en la orilla del golfo Árabe o Pérsico, con tan pocos habitantes (3,3 millones), de los cuales la mayoría (2,2 millones) son inmigrantes pobres, provenientes de países asiáticos como India, Pakistán, Sri Lanka, Filipinas y Bangladesh.
“Este país es extremadamente rico. Los kuwaitíes trabajan poco, cuando lo hacen. Y tienen muchos beneficios sociales y económicos asegurados por el Estado”, dice un periodista sudamericano que tiene casi cuatro décadas de residir aquí. “Los kuwaitíes pueden librarse fácilmente de sus deudas, gracias al apoyo del Gobierno, pero los inmigrantes prácticamente no tienen derechos”, se queja. Los inmigrantes se encargan casi de todo: son choferes, nanas, meseros, albañiles. Todo sin obtener el derecho de convertirse en kuwaitíes. Por ello, en diciembre, Human Rights Watch (HRW) exhortó a los países del Consejo de Cooperación del Golfo, que incluye a Kuwait, Arabia Saudita, Bahreín, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Omán, a “reconocer el papel de los trabajadores en sus economías y adoptar medidas para garantizar que sus derechos sean respetados”.
Brad Adams, director del Programa Regional para Asia de HRW, propuso a los gobiernos de Asia meridional “unir sus fuerzas para poner fin a los terribles abusos contra los trabajadores inmigrantes que han ido demasiado lejos”. Estos abusos son psicológicos, físicos, sexuales, además de que a los inmigrantes se les restringen los movimientos y se les confisca el pasaporte, según un estudio elaborado por HRW en el 2010.
- Las mujeres, “verdaderas reinas”
No solo preocupa la situación de los trabajadores extranjeros. También se cuestiona la situación de inequidad de las mujeres, aunque aquí las opiniones son encontradas y algunos sostienen que en realidad están muy bien.
Un funcionario kuwaití, cuyo nombre se omite, asegura que las mujeres kuwaitíes son “verdaderas reinas: no trabajan, se la viven en tiendas, tienen nanas para los niños, a veces una por cada niño, y pueden manejar pero no necesitan hacerlo. No siempre usan el velo, no es obligatorio hacerlo”.
Una edecán de la Cumbre de Donantes, quien también omite su nombre, explica que las mujeres están muy bien en Kuwait aunque ella, que vivió en el extranjero, dice que ya no se sentiría bien si volviese a un rol tradicional de mujer subordinada. El funcionario kuwaití jura que su mujer “jamás entra a la cocina”.
Hasta mayo del 2005, las mujeres kuwaitíes obtuvieron el derecho al voto y a ocupar cargos públicos. En las elecciones celebradas el 2013 solo dos mujeres lograron acceder al Parlamento, de 50 escaños, una menos que en el 2012.
Aunque las mujeres ya pueden aspirar a ser juezas, siguen encarando, según HRW, “discriminación” en muchos otros aspectos. “Kuwait no tiene leyes que prohíban la violencia doméstica, el acoso sexual o la violación marital… las mujeres kuwaitíes casadas con no kuwaitíes no pueden dar a sus cónyuges o hijos la nacionalidad kuwaití”, detalla HRW en su informe 2014.
Lo cierto es que en los pasillos y elevadores de un gran hotel aparecieron mujeres con atuendos lujosos, con escotes y pedrerías, al más puro estilo occidental, que asistían probablemente a una fiesta privada.
Una colega notó con ironía que, en público, las mujeres, cubiertas con la túnica solo pueden presumir las carteras. Todas de grandes marcas, todas caras. En los ‘malls’, en efecto, son las clientas por excelencia. Pueden ir de compras conducidas por sus choferes asiáticos o llegar conduciendo su propio vehículo, como una adolescente que manejaba una camioneta Porsche Cayenne en la entrada del imponente centro comercial 360.
El periodista sudamericano explica el origen de la riqueza de Kuwait: “El petróleo. El país tiene las sextas reservas mundiales de crudo”. Un diplomático de un país latinoamericano destaca otra fortuna: los llamados “fondos soberanos”, cerca de 300 000 millones de dólares, producto de la renta petrolera y sus inversiones, administrados por la Kuwait Investment Authority (KIA).
Un país con tanto dinero se puede divertir con un festival de esculturas de arena a un costo de USD 3 millones, campings familiares en el desierto en supertiendas de campaña con pisos de mármol y wifi y centros comerciales con esculturas de USD 1 millón. Esta nación tiene uno de los centros comerciales más grandes del mundo, el Avenues, con más de 800 tiendas.
Queda atrás el inmenso palacio donde se celebró la conferencia internacional, donde las llaves de los lavabos, en los lujosos sanitarios de mármol, son doradas, con un brillo que hacía pensar en el oro de verdad.
Kuwait es como la nación del mítico rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba, claro que uno generoso capaz de donar, en un año, USD 1 000 millones a las víctimas del conflicto en Siria.