Redacción Mundo
La gran mayoría de los escasos vehículos que circulan en Pyongyang son militares y el Ejército, según la voluntad del presidente Kim Jong-II, es una institución omnipresente en Corea del Norte, un país forjado en la guerra. Pequeños coches de tipo jeep y camiones de transporte militar son los vehículos que predominan en la circulación de este país empobrecido que, según estima el Departamento de Estado de EE.UU., destina más de un cuarto de su producto nacional a gastos militares.
Y fue anunciando oficialmente el ascenso del hijo menor de Kim Jong-II al rango de general de cuatro estrellas que Pyongyang confirmó, según los analistas, el rol de heredero de Kim Jong-Un, de solo 27 años de edad. Una guía, militar, del Museo de la Guerra de Corea recalca que el país, que ha realizado tres ensayos de misiles intercontinentales y dos pruebas nucleares, es una potencia. “Nuestro país se ha convertido en una potencia militar. No necesitamos la ayuda de otros países. Podemos defendernos solos” , dice a los visitantes del museo la teniente Ri. “Hoy somos muy fuertes”, dice otro guía al hacer visitar el barco espía estadounidense USS Pueblo, capturado por Corea del Norte en 1968. El ejército coreano, con sus 1,2 millones de soldados, es uno de los cinco mayores del mundo.
Algunas ambulancias militares se ven también en las calles de este país, cuyo sistema de salud está en ruinas, con hospitales prácticamente imposibilitados de funcionar, según Amnistía Internacional.
Soldados armados montan guardia en los edificios gubernamentales, pero salvo sus fusiles, no se ven armas en la capital norcoreana, cuyos soldados parecen dedicarse sobre todo a trabajos no militares, como un grupo visto cuando trabajaba en un parque. Pero hacer fotos a los soldados, incluso si están delante de un monumento, está estrictamente prohibido. Para muchos norcoreanos vivir en este país se ha convertido en una pesadilla. Por eso prefieren huir hacia la vecina Surcorea.
Es el caso de Jin que tardó tres años en llegar a Seúl desde su aldea natal, situada en las montañas de Corea del Norte, a 100 km de Pyongyang. Jin huyó de ese país cansado del régimen comunista. Primero se jugó la vida cruzando la frontera con China y allí trabajó en una fábrica, como clandestino, durante 19 meses. Ahorrando hasta el último yuan, pagó una red de tráfico ilegal que lo condujo hasta Tailandia.
Una vez en Bangkok, pidió asilo en la embajada de Corea del Sur y pudo, por fin, reunirse con un primo de su padre que llevaba varios años viviendo en Seúl. Como Jin, 20 000 norcoreanos viven en Corea del Sur, donde son considerados ‘refugiados’ aunque el régimen de Pyongyang los califica como ‘desertores’.