Jujuy tiene su ‘renacer’por el turismo

<br/><br/>Caminos sinuosos y montañosos.   Los encañonados llaman la atención de los turistas.



Caminos sinuosos y montañosos. Los encañonados llaman la atención de los turistas.

Dejando Salta, camino al norte, está Jujuy. Es Argentina, pero bien podría ser Bolivia. Cruzando la frontera por La Quiaca hasta Villazón, no hay ninguna diferencia, salvo los precios. En Bolivia es todo más barato y hasta allá van los argentinos para comprar sacos de alpaca, bolsos de hilo y sombreros con orejeras de lana.

Algo le pasa al porteño, el nacido en Buenos Aires, cuando llega a estas tierras. Como que quiere mimetizarse con la gente del lugar. Se visten como coyas, como les llaman a la gente de la zona. Usan esas gorras aun cuando no se las precisa por el frío. Se ven ridículos, pero no se dan cuenta. “Yo traje mis sombreros, pero solo este de coya me sirvió para el frío de la noche”, dice Mónica, una mujer porteña.

Un hombre los mira desde una tienda. “¿No les molesta tanto turista pasando por Coya?”. El hombre se ríe, aunque lo niega. “Vivimos del turista”, dice apenas. Los que ya pasaron por la capital de esta provincia limítrofe con Bolivia, recomiendan no ir a San Salvador de Jujuy, la capital, a 124 kilómetros de Salta. “No hay nada para ver”, te dicen. El consejo general es tomar camino derecho hacia Purmamarca, Tilcara y Humahuaca, en donde “hay nada y a la vez todo”, dice con razón Fabiana, una médica porteña.

En Jujuy reina el silencio. Ya lo había advertido el poeta salteño Víctor Hugo Lellín: “Te vas a dar cuenta que en Jujuy hay mucho para ver y poco para hablar”. Los habitantes de esta zona charlan poco. Contestan con apenas lo necesario. Los diálogos pueden ser casi monosilábicos y se requiere algo más que un tirabuzón para sacarle más palabras. Pero cuando lo hacen, hay un dejo de sabiduría o lamento.

Purmamarca es un pueblo de calles de tierras y veredas de piedra, a154 kilómetros de Salta. En verano, son unos 1 000 los turistas que invaden a los 700 habitantes. Pero como todo el turismo de esta zona, pasan una noche, a lo sumo dos, y luego parten hacia otros lugares. En lo que es la terminal (una calle en que venden boletos para las tres únicas líneas de colectivos que pasan por allí y donde los taxis aguardan algún cliente), están cientos de mochileros esperando que llegue el transporte que les lleve a otro lugar.

“Hace siete años atrás, nadie conocía este lugar hasta que vino la artista (italiana) Rafaela Carrá. También estuvieron (el presentador de televisión Marcelo) Tinelli, (la diva) Susana Giménez. Gracias a ellos se mostró al mundo el lugar”, dice Paulina Vilte.

Afortunadamente el turismo existe aunque Paulina también sabe que es un problema. “Gracias a Dios nos va mejor porque ya no hay agua. Antes era mejor el campo, porque había mucha agua y éramos más unidos. El turismo viene de todas partes y no se sabe quién es quién y además contaminan todo. Ella ha viajado por todo el país, pero dice que a Purmamarca no la abandona por nada del mundo. Hasta Jujuy (es decir San Salvador, la capital, 233 000 habitantes), es muy grande para ella. “Y el pueblo no está hecho para tanto turismo. Estamos saturados. Hay muchos hoteles, pero no llueve”, dice. Queda un rato en silencio y se rectifica: “menos mal que no llueve porque si no se lleva todo”.

El turismo cambió la vida. “Estamos cada uno en nuestro negocio, otros se marchan. Los jóvenes se van, muchos al sur, a Santa Cruz, allá hay trabajo, dicen”, se lamenta Paulina. En las calles, la vista se expande hacia los cerros multicolores. Sobre todo asombra ‘el siete colores’, que tiene franjas casi perfectas con sus tonalidades y contrastes. Así son los cerros secos de la zona. Y subir a ellos y contemplar el paisaje y disfrutar del silencio parece ser misión fundamental de este viaje.

El viento sopla como acariciando el rostro. La ciudad y su prisa están tan lejanas. Las horas transcurren lentamente. La gente revisa su vida. “Pienso que algo así habrán vivido mis abuelos, tranquilos, sin la locura de la ciudad”, dice Paula, de Buenos Aires. “Ahora, si querés joda (fiesta), podés ir a Tilcara”, añade Paula. Tilcara está a una hora de viaje de Purmamarca. Es Patrimonio de la Humanidad, según la Unesco. Igual, las casas son bajas de adobe, caminos de tierra y cuestas.

Es un fin de semana del ‘enero tilcareño’, fiesta previa al Carnaval. “Es una ciudad que huele a cerveza y a pis”, dice Carlos Rodríguez. Se bebe todo el día. Hay bailes en la calle. La embriaguez es notoria. A las cuatro de la mañana, hora de cierre de los centros nocturnos, va la Policía y saca a los clientes como de un estadio de fútbol.

Se viaja mucho, se camina mucho y se parrandea mucho en el noroeste argentino, a donde se debe llegar con el pecho henchido y se regresa inevitablemente con las piernas temblando de cansancio. Pero siempre quedan las ganas de volver, porque Salta es linda y Jujuy silenciosa, la mejor combinación para conocer esta parte de la otra Argentina.

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