Tras ser liberada del Estado Islámico, el coronavirus impide a una excautiva yazidí reunirse con su familia

Layla Eido, una adolescente de la comunidad minoritaria yazidí de Iraq, aparece en la campiña de la provincia de Hasakeh, en el noreste de Siria, el 23 de abril de 2020.

Layla Eido, una adolescente de la comunidad minoritaria yazidí de Iraq, aparece en la campiña de la provincia de Hasakeh, en el noreste de Siria, el 23 de abril de 2020.

Layla Eido, una adolescente de la comunidad minoritaria yazidí de Iraq, aparece en la campiña de la provincia de Hasakeh, en el noreste de Siria, el 23 de abril de 2020. Foto: AFP

Secuestrada a los 11 años por el grupo Estado Islámico (EI), Layla Eido pudo retomar el contacto con su familia iraquí tras una larga separación. Pero debido al coronavirus, la joven yazidí está bloqueada en Siria desde el cierre de las fronteras.

“Cuento los días que me separan del momento en que volveré a ver a mi familia”, dice esta adolescente de 17 años, que vive temporalmente en el nordeste sirio.

Desde hace poco más de un año, recobró la libertad tras haber sido cautiva de los yihadistas hasta los últimos momentos del “califato”, en marzo de 2019, en el pueblo sirio de Baguz.

Cuando estaba a punto de volver a reunirse con su familia por primera vez en siete años, las autoridades de Irak y Siria cerraron su frontera común para luchar contra la propagación de la epidemia de covid-19.

“Ahora es el coronavirus el que me impide volver a verlos”, se lamenta Layla, con su larga cabellera negra recogida.

“Cuando empezamos a hablar por WhatsApp, me dijeron de volver”, explica. “Pero hubo el coronavirus, tuve que quedarme aquí. No tengo suerte”.

En 2014, en la época de mayos expansión del EI, los yihadistas secuestraron a Layla, en el asalto al feudo en los montes de Sinjar, en el norte de Iraq.

Como ella, miles de mujeres y niñas de esta minoría de habla kurda fueron secuestradas para convertirse en esclavas sexuales o en esposas forzadas de los combatientes.

“Mis recuerdos me acompañan”

Layla fue obligada a casarse con un combatiente iraquí de 21 años.

“Los dos primeros años (de mi cautiverio), mis recuerdos me acompañaban, luego me acostumbré a la situación”, admite la adolescente, vestida con pantalones vaqueros y un jersey rosa.

Al principio, “me preguntaba si mis padres seguían vivos, pensaba en mis amigas con las que jugaba, en nuestro secuestro, y lloraba”, relata.

Trasladada de Irak a Siria, huyó con los yihadistas de un pueblo a otro, a medida que el EI iba perdiendo terreno. Finalmente, quedó bloqueada en Baguz, en el extremo este de Siria, donde su esposo murió en un bombardeo aéreo.

Cuando las fuerzas kurdas, apoyadas por una coalición internacional liderada por Washington, proclamaron su victoria en Baguz en marzo de 2019, Layla formó parte de las decenas de miles de mujeres y niños evacuados del último bastión yihadista hacia el campo de desplazados de Al Hol.

A principios de año, consiguió retomar contacto con su familia, gracias a una amiga yazidí en Al Hol que pudo ir a Irak.

Esta amiga encontró a los padres de Layla, desplazados en la provincia de Dohuk en el Kurdistán iraquí.

“Lloré la primera vez que oí la voz de mi padre”, recuerda. “Hablamos todos los días, nos enviamos fotos”.

“Una vida mejor”

Mientras espera poder volver a Iraq, vive en la casa de un responsable yazidí sirio, a cargo de coordinar el regreso de los excautivos de su comunidad.

Sentada con una de las hijas del dueño de casa, Layla mira en su teléfono las fotos de otras yazidíes que sufrieron un trato parecido y que estuvieron en esta casa antes que ella.

Cuando las fronteras vuelvan a abrirse, Layla podrá por fin reunirse con su familia. Pero se pregunta cómo será el regreso a la comunidad.

Tras años de hablar árabe con los yihadistas, teme que no la entiendan en kurdo. Layla también se acostumbró a usar el niqab, el velo integral impuesto por el EI, que dejó de llevar hace apenas un mes. Convertida al islam durante sus años de cautiverio, ha vuelto al yazidismo.

“Tengo miedo de que sea difícil readaptarme a mi familia, era pequeña cuando me fui, he vivido tradiciones diferentes”, reconoce.

Pero al final, está segura de que quiere volver. “Quiero una vida mejor, sin aviones, sin bombardeos, sin guerra”, dice.

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