Falta de empleo, hipotecas imposibles de pagar a los bancos, políticas de ajuste impopulares… Aunque las causas que despertaron el movimiento de los ‘Indignados’ en España son las mismas que afectan a los inmigrantes latinoamericanos, esta comunidad está al margen de una protesta social que todos los días llena las primeras planas de los periódicos españoles y que tiene a la Unión Europea en un estado de alerta por las políticas anti cíclicas que ha debido dictar para evitar el colapso económico de países como Grecia, Portugal o Irlanda.
Jueves 22 de junio, Puerta del Sol, centro de Madrid. El sonido potente de una trompeta de mariachi se escucha a metros de distancia. Los músicos mexicanos atraen a decenas de turistas que caminan en una tarde despejada y calurosa por esta emblemática plaza. Sus ritmos son conocidos y las letras de sus rancheras se recitan de memoria. Una maleta de lona, color negro, está tendida en el suelo para recibir las monedas de la gente.
En el otro extremo de Sol, hacia las calles que la conectan con la Gran Vía, se escucha el ritmo de los mexicanos. Pero su sonido se pierde a medida que cuatro jóvenes españoles entablan una encendida conversación política. Hablan del desempleo que llega al 20% de la población activa, de sus críticas al sistema bancario que lo califican de especulador y que tras 10 años de rigidez monetaria y euforia por el euro, España “está al borde de la quiebra”.
Los ‘Indignados’ siguen en su protesta y los mariachis mexicanos con sus canciones. En el medio de la plaza está un matrimonio boliviano. Él es Ernesto y supera los 50 años. Debido al calor se le hace imposible llevar en su cabeza por largos períodos de tiempo la máscara de Mickey Mouse: el trabajo del que sobrevive. Ernesto y su esposa emigraron a Madrid hace siete años, con la ilusión de emplearse como soldador en las constructoras.
El sueño ya no existe. Con sus sofocantes disfraces, la pareja entrega globos a los niños, a cambio de cualquier moneda. Lo hacen a pocos pasos de las puertas de acceso a las tiendas del Corte Inglés, uno de los principales símbolos del consumismo en España.
“No entiendo bien de qué se trata esa protesta”, relata Ernesto con cierto nerviosismo. Tampoco muestra mucho interés en profundizar sobre el tema, a pesar de que siente que sus días en España están contados. Con lo que reciben repartiendo globos y metidos en los disfraces de los ratones de Walt Disney, esperan juntar el dinero suficiente para volver a La Paz.
“Ya las cosas no son como antes”, dice su esposa tras relatar que el trabajo es escaso y que, como dama de compañía o niñera, apenas le quieren pagar 700 euros por mes. El contrato es puertas adentro con un solo día libre a la semana. “Antes el sueldo no era menor a los 1500 euros”.
Satisfechos por haber ayudado a sus cuatro hijos adolescentes que viven en Bolivia, esperan retornar a fin de año.
La precarización del empleo es una de las consignas que los ‘indignados’ dicen defender en las extensas asambleas que, desde el 15 de mayo, han montado en Madrid y otras 60 ciudades españolas. Los salarios bajan por la poca oferta de trabajos y, en la desesperación por conseguir algo, los migrantes aceptan el regateo.
“Por eso es importante que la comunidad sudamericana nos acompañe”, dice Enrique Vizán, uno de los voceros de los ‘indignados’, tras reconocer que su protesta está empujada por ciudadanos españoles. A los extranjeros los cuenta con los dedos de las manos, pero no le preocupa. “Este movimiento apenas si ha empezado, poco a poco reuniremos a más personas”.
Pero la amplitud de la agenda política de los ‘indignados’ aleja al migrante. Reformas electorales, cambios institucionales en España, el replanteamiento de la unidad europea…
Jorge Arpi, de 27 años, es un escéptico de lo que lo que este grupo movilizado pueda conseguir. “Ya van para dos meses y siento que se debilitan”.
Es cuencano y desde hace 11 años vive en Madrid. Su testimonio es el ejemplo de cómo España pasó de la bonanza a la crisis, en una década. “Tenía trabajo en la construcción y como conductor, en los primeros cuatro años ganaba hasta 4 000 euros por mes”, relata con un acento madrileño.
Desde hace tres años está a la caza de cualquier trabajo para ganar hasta 1 500 euros por mes. “Perdí el piso (departamento) que había comprado porque ya no lo podía pagar; fueron como 20 000 euros los que se me fueron. Solo conservo el auto Ford Focus, que ya lo cancelé”.
La crisis hipotecaria en España ha sido particularmente dura con los emigrantes. De allí que Vizán comenta que una de las acciones que más éxito han tenido los ‘indignados’ en estas semanas de movilización es evitar los llamados desahucios. Es decir, el desalojo a las personas con sus hipotecas en mora. “No vamos a hacer excepciones, ayudaremos a todo el que necesite, porque nuestra generación ha hecho una España menos racista”.
Sus palabras chocan con la realidad. Ernesto y su esposa, vestido con los trajes de Mickey Mouse, dicen que los migrantes en todos estos años han evitado cualquier tipo de manifestación pública para así evitar ser requisados por las autoridades. “Muchos no tienen papeles y un suceso como este puede significar la cárcel”.
La consigna política no es una prioridad en la comunidad latinoamericana. Lo importante es tener empleo. Así lo advierte Liliana P., nacida en Latacunga, quien trabaja en un bar de tapas cerca de la Plaza Mayor, en el centro de la ciudad. “Los españoles y los ecuatorianos estamos pasando por una crisis económica muy dura, si hay trabajo estamos de suerte”.
A Jorge Arpi, la falta de empleo seguro no lo ha puesto a pensar en un posible retorno a Ecuador. A fin de año tendrá la nacionalidad española. “Para qué ir a Ecuador, salí de allá a los 17 años. Si regreso me sentiré nuevamente un migrante”.
Por el calor de la tarde, Jorge saca del cochecito a su bebé de un año y abandona la Puerta del Sol por la calle donde el mariachi mexicano sigue atrayendo a los turistas con la fuerza de su trompeta.