Con una participación muchísimo menor a la de las masivas manifestaciones que sacudieron al país en junio pasado, y con actos de violencia aislados, miles de brasileños salieron a las calles para protestar por los enormes gastos públicos para el Mundial de Fútbol.
La convocatoria “No habrá Copa“, realizada a por el grupo Anonymous Brasil a través de las redes sociales, y que puso en estado de alerta al gobierno de Dilma Rousseff, se extendió por 36 ciudades, entre ellas Sao Paulo, Río de Janeiro, Brasilia, Belo Horizonte, Porto Alegre, Curitiba, Salvador, Fortaleza, Recife, Natal, Manaos y Cuiabá. Son las 12 sedes en las que se disputarán los partidos de la Copa, a partir del 12 de junio.
” ¡Fuera FIFA!”, “Dilma, mira y escucha, en la Copa habrá lucha”, cantaban los manifestantes, que en la marcha más grande de todas, en Sao Pablo, apenas superaban los 2 000 asistentes.
Los carteles y lemas que se escuchaban coincidían en criticar la celebración del Mundial mientras Brasil sufre graves problemas en servicios públicos como salud, educación y transporte, que fueron las consignas defendidas en junio.
Para el sociólogo de la Universidad de Río (UERJ) José Augusto Rodrigues, es difícil prever si estas manifestaciones van a ser regulares. “Lo que ocurra va a depender también del comportamiento de la Policía. Si hay represión, va a despertar solidaridad”, analiza. “Habrá manifestaciones durante el Mundial también porque es un año de elecciones generales”, según él, pero “no a la escala de junio” pasado.
- Rechazo a los altos precios
En Brasil, y sobre todo en Río de Janeiro, a medida que se acerca el Mundial, cada vez se ven más precios “surrealistas” que han puesto a la gente en pie de guerra para combatir estos abusos a través de boicots organizados por las redes sociales.
Considerado parámetro tradicional de la economía de Río de Janeiro, el coco en las playas cariocas, que hasta principios de diciembre se conseguía a 4 reales (USD 1,60). Ahora ya se vende a 6 reales en los quioscos de Copacabana, Ipanema y Leblon. Para comprar una botellita de agua, que hasta hace unos meses costaba 3 reales en la rambla, ahora hay que desembolsar 5 reales, mientras que en los supermercados se puede comprar por 1,7 reales. Las caipirinhas , en tanto, saltaron de entre 7 y 10 reales a entre 15 y 20 reales, mientras que la inflación oficial se supone que cerró el año pasado a 5,91%.
“No se trata solo de una cuestión de inflación o del natural aumento de los precios en el verano, ahora ya estamos frente a una descarada especulación por parte de muchos comerciantes”, señaló la curadora de arte Daniela Name, de 40 años, creadora junto con sus amigos Flavio Soares y Andrea Cals de la página de Facebook Rio $urreal-Não Pague. Esta recoge denuncias de precios abusivos en la ‘Cidade Maravilhosa’, y en una semana ha sumado más de 126 000 seguidores.
Por ser un lugar turístico por excelencia, que recibirá varios partidos mundialistas, entre ellos la final y, además, en el 2016 los Juegos Olímpicos, en Río de Janeiro se están dando los mayores abusos, como reportan los seguidores de “Rio $urreal-Não Pague” y de la página “Não pago preço absurdo”, ideada por la periodista Luciana Medeiros y la arquitecta Heloisa Alve.
Allí se registran fotos con menús del bar Belmonte con un bistec con papas fritas por 93 reales, casi lo que cuesta un rodizio libre de carne en el tradicional restaurante de espeto corrido Porcão; se advierte que el postre de banana con helado en el restaurante Aprazível, en el barrio de Santa Teresa, cuesta 31 reales, y que mientras el café del aeropuerto Tom Jobim cobra la gaseosa a 6 reales, se puede conseguir por la mitad en una máquina expendedora.
“La gente tiene que rehusarse a pagar estos precios exorbitantes. Los comerciantes no tienen vergüenza; están aprovechándose de los turistas y volviéndonos la vida carísima a los cariocas también”, se quejó Medeiros, que desde su página apoyó ayer otra iniciativa para boicotear el alto precio del alquiler de sombrillas y sillas en las playas, al exhortar a la gente a que las lleve desde sus casas.
En contexto
Wellington Moreira Franco, ministro de Aviación Civil, se quejó por los atrasos de las empresas a cargo de las mejoras de los aeropuertos y admitió que, por lo menos, una terminal no estará como se había previsto cuando empiece el Mundial.