‘Por favor una mujer con ropa! ¡Pero por favor!”, grita Ezequiel en Gualeguaychú. Todos los sábados de enero y febrero, al menos unas 100 000 personas llegan a esta ciudad de 108 937 habitantes y ubicada a 226 kilómetros al norte de Buenos Aires, en la provincia de Entre Ríos. Llegan para refrescarse en las playas del río Gualeguaychú y Uruguay, o para disfrutar de su fiesta principal: el Carnaval.
Cada año, tres clubes participan en las comparsas que recorren el ‘corsódromo’, equivalente al sambódromo carioca. Tal como en Brasil, ni bien terminada la temporada, se dedican a preparar para la competencia del año siguiente. Y aquí solo vale ganar. Solamente el club ganador podrá participar en la siguiente edición; los otros dos quedarán excluidos y los reemplazarán aquellos que quedaron segundos y terceros el año anterior.
Los gualeguaychenses afirman que es el ‘carnaval del país’. Pueden gastar más de dos millones de pesos (USD 500 000) en la organización, elaboración de los inmensos carros alegóricos, preparación de los trajes con plumas traídas de Brasil, y la creación de coreografías que pasean por los 500 metros del corsódromo.
Es muy parecido al brasileño, aunque según el presidente del comité organizador, Juan José Elkozá, “es distinto en el desplazamiento y, además, no hay un género musical predeterminado. El estilo de la música va según el tema de la comparsa”. Sin embargo, la influencia brasileña es notoria, sobre todo en la poca vestimenta de mujeres y hombres, con grandes plumas, y en el movimiento de las caderas al bailar.
Joaquín dejó de participar en las comparsas hace tres años y ahora se dedica a custodiar las puertas. “Los directores van a Brasil y traen nuevas ideas. Esa fue la invención de José Luis Gesto, quien fue el director de la más famosa de las comparsas, llamada Mari Mari. Todos los años iba a Río de Janeiro y regresaba con ideas nuevas. En esos años, nadie podía ganar a Mari Mari, pero ahora que murió, muchos de ese grupo crearon sus propias comparsas”, relata.
Los ojos se desorbitan, tanto de hombres y de mujeres ante el espectáculo de los cuerpos y la música. La belleza de la mujer y del hombre del litoral argentino deslumbra. Ezequiel tiene razón: por favor una mujer vestida. “Lo más curioso es que nunca sabemos dónde están esas mujeres en el invierno. Será que están muy vestidas”, se ríe Sergio, custodio de una casa de fiestas en donde se celebra un casamiento, muy cerca al corsódromo.
Los sábados de enero y febrero, la ciudad colapsa. La oferta hotelera oficial es de apenas 2 000 camas. Son las casas de las familias las que hospedan con valores que son “más un afano (robo)”, dicen los que no alquilan. La noche vale por lo menos 150 pesos (USD 37) y mínimamente hay que pernoctar dos noches.
Si se llega pasadas las 15:30 del sábado, encontrar una habitación será una tarea inútil. Para colmo, la ciudad se vacía por la siesta. Hace 40° y no hay un solo comercio abierto en ningún lugar, ninguna tienda donde vendan agua o gaseosa y el calor arrasa. Solo uno que otro turista desorientado y sin hotel, camina por las calles buscando un lugar donde refugiarse. Solamente el río es la solución.
Señora, ¿entonces podría por lo menos ducharme? Claro -dice amablemente-. Serían 30 pesos (USD 7,50). “Tratan de vivir de esto por el resto del año porque después Gualeguaychú se muere y no hay nada más que ver”, dice Darío Cincunegui. Pero lo más grave ocurre para los propios gualeguaychenses que no son propietarios. “Los contratos de alquiler son de marzo a diciembre”, dice. ¿Y qué hacen, entonces? Te la tenés que arreglar, contesta.
La construcción crece en Gualeguaychú. Son muchos los dueños que construyen más habitaciones en sus casa o levantan un piso más. Y los alquileres solo valen un poco menos: USD 350 en un barrio alejado.
El carnaval de Gualeguaychú tiene ya 31 años de vida. Comenzó desde mucho antes, cuando solamente eran corsos barriales. Pero la ciudad decidió armar competencias oficiales en distintas calles de la ciudad, hasta que en 1996 construyeron el corsódromo. Tiene capacidad para 60 000 personas y la entrada para ver el espectáculo cuesta USD 18.
Sin embargo, esta fiesta saltó a la palestra mundial en el 2006. Cuando se realizaba la cumbre de Viena, la reina de carnaval, Evangelina Carrozo, una morocha de 1,73 y con medidas de 85-62-90, paseó en su traje ante los presidentes con un cartel que pedía la salida de Botnia, la fábrica de pasta de celulosa instalada en la márgenes charrúas del río Uruguay, cuya soberanía comparte Argentina.
“Ella ayudó mucho a Gualeguaychú, a la causa de la ciudad”, dice Cintia, una mujer que trabaja en la organización. La causa Botnia sigue vigente en esta ciudad que puso en jaque las relaciones bilaterales con Uruguay con el corte del puente San Martín, paso clave para el tráfico y el tránsito turístico del Mercosur.
Y aunque algunas personas ya creen que es una causa perdida porque el fallo de la Corte Internacional de la Haya sostuvo que no existen indicios de contaminación y permitió que se mantenga en donde está, la ciudad está empapelada con carteles que dicen “No a Botnia”.
Los habitantes están enfadados con el gobierno nacional y mucho más cuando recuerdan que, en el 2006 y en el mismo corsódromo, el entonces presidente Néstor Kirchner dijo que “la causa de Gualeguaychú es una causa nacional”.