Redacción Mundo, Agencias
El Muro de Berlín, símbolo del socialismo y de la hegemonía de la Unión Soviética en la Europa del Este, se cayó por un simple error de lectura o por una mala interpretación.
Eran las 18:53 horas del 9 de noviembre de 1989, cuando al final de una rutinaria rueda de prensa, el Secretario de Propaganda de la República Democrática Alemana (RDA), Gunter Schabowski, anunciaba la aprobación de una ley que permitía a los ciudadanos de la república democrática viajar sin limitaciones fuera de sus fronteras: “entra en vigor en el acto, de inmediato”.
Mientras Schabowski se trasladaba a su casa, ignorando la trascendencia de sus palabras, ajeno a lo que estaba sucediendo, los teletipos de las agencias de noticias empezaban a transmitir a todo el mundo la apertura de fronteras de la RDA.
Miles de berlineses del este y del oeste se lanzaron a la calle. Berlín fue aquella noche una fiesta indescriptible. Desbordados por la multitud, los guardias levantaron las barreras y renunciaron al obligatorio control establecido para los pasaportes.
Desde el lado occidental, los más osados se subieron al muro, junto a la puerta de Brandemburgo. Allí apareció el primer pico. Dispuesto a abrir un hueco en la historia. Más tarde, Schabowski confesó que “fue un desliz”. Aclaró que cuando dijo “de inmediato” se refería a que la gente podría ir de inmediato a hacer cola para solicitar los permisos. Pero el cambio que pedían los berlineses, los alemanes y Europa no entendía de formalismos ni de filas.
La vertiginosa evolución de los hechos de aquella noche ya no tuvo su ritmo. La cuestión de la unidad Alemana estaba de pronto sobre la mesa, en las manifestaciones de los últimos meses, los germanorientales habían pasado del lema “Nosotros somos el pueblo” a “Nosotros somos un pueblo” y la compleja reunificación de los dos países se realizaría en menos de un año. El 3 de octubre de 1990 el territorio de la RDA se integraba en la república federal.
“Yo no creí que iba a ser testigo de la unidad alemana. Cuando estaba en el colegio pensaba que eso era para otras generaciones”, comentó Peter Linder, Embajador de Alemania, desde su oficina en Quito.
“No tuvimos planes listos. Había cierta necesidad de estudios de la realidad de la gente en la tierra. Había que tener en cuenta condiciones económicas, humanas, políticas a nivel local y global. Los cuatro poderes todavía tenían derecho sobre la soberanía de las dos Alemanias”.
Para la reconstrucción de Alemania del Este se firmó un contrato. La medida más importante fue la transferencia fundamental de fondos desde Alemania occidental hacia el este. Se lo hizo para invertir en la modernización del Estado e infraestructura: desde viviendas, ferrocarriles, carreteras, sistemas de comunicación hasta universidades, museos, puertos y aeropuertos. Esto fue financiado por fondos canalizados directamente desde el Gobierno.
También se instauró el impuesto “Solidaridad con el este” que hasta la fecha se paga. De cada euro que se gana en el oeste, va un porcentaje a las cajas del Estado para la restauración de Alemania del este. Esto es un aporte individual, cuenta.
“Ahora, en estas semanas cuando estamos cumpliendo los 20 años de la unidad, hay una discusión interna de terminar con el impuesto de solidaridad. El famoso ‘soli’ como lo llamamos nosotros. Se analiza eso porque se cree que llegamos a un equilibrio en el que el pago del impuesto ya no se justifica”, agrega Linder.
La RDA, la caída del Muro de Berlín, la reunificación del país son para los jóvenes alemanes de 17 o 18 años material de película. Solamente la unificación es desde su punto de vista una realidad.
Esos niños son la generación del 89. Todos ellos crecieron en una Alemania reunificada. No conocieron la frontera que dividía Alemania. Solo saben de la vida en la RDA a través de relatos de familiares o de la escuela.
Este año, los “niños del cambio” cumplieron 21 años. Arraigados, pragmáticos, responsables y ambiciosos, así describe el prestigioso sociólogo Klaus Hurrelmann a quienes llama los “niños del cambio”. Y, ¿cómo se ven ellos a sí mismos?
Kim-Fabian cuenta cómo vive, lo que le importa, lo que sabe de la RDA y lo que significa para él la unificación de su país. Su generación ya ha superado la frontera, de eso está convencido Kim-Fabian. A este joven de Hamburgo le cuesta imaginarse cómo hubiera sido crecer en una nación dividida.
El país que él identifica como la Alemania reunificada. Conoce los nuevos estados federados. De niño, acompañó en sus viajes a su padre, periodista, que informó a menudo sobre el antiguo bloque del Este y pasaba las vacaciones con sus padres en la isla Usedom, en el mar Báltico.
“Me gusta viajar por el Este”, cuenta el universitario . Algunos de sus sitios favoritos en Alemania Oriental son Berlín, la región del Harz, los lagos de Mecklemburgo y las ciudades culturales de Weimar y Dessau. Con amigos de Mecklemburgo-Pomerania Occidental ha hablado con frecuencia sobre la RDA.
Discutir y plantear temas políticos y sociales desde otra perspectiva es algo que también intenta Kim-Fabian como autor de la revista juvenil de Hamburgo “Blickwechsel” (cambio de perspectiva).
A Jamila Al-Yousef se la puede calificar como una auténtica niña del cambio. Cuando ella nacía, la noche del 9 de noviembre de 1989 en un hospital de Berlín Este, el Muro caía y miles de ciudadanos de la RDA acudían a los puestos fronterizos ubicados en la parte occidental.
“Para mí, el 9 de noviembre sin duda tiene un significado especial y no solo porque sea mi cumpleaños”, cuenta. Creció en la pequeña ciudad de Gustrow en Mecklemburgo-Pomerania Occidental.
Para esta joven de 21 años, la división este-oeste no existe. Explica con la mayor naturalidad: “He crecido en una sola Alemania”. Su madre y su padre, un palestino que llegó a la entonces RDA, en los años ochenta, le han hablado de lo que fue ese país. “A mi abuelo lo espiaban”. La idea de que las personas no pudieran viajar libremente le pareció opresiva.
Ahora, el Muro solo existe en lo que se conoce como la ‘East Side Gallery’. Se trata del pedazo más grande, de lo que fue esta estructura, conservado en la ciudad. Que exista algo más es casi inimaginable en el actual Berlín. Pero fue una realidad, dura y cruel, para los alemanes.
“Los alemanes en general estamos contentos. Algunos no mucho por razones ideológicas. Pero la gran mayoría de la población estamos felices de tener una unidad alemana y una que haya durado”, concluye el embajador Peter Linder.