Redacción Mundo
Al preguntarle cuál fue el momento más difícil de su estadía en Cuba, sus ojos se llenan de lágrimas y su voz se entre corta. Se tapa la cara, se seca las lágrimas y prosigue.“Estaba dando de lactar a mi hija, hacía mucho calor, habían muchos mosquitos y no había luz. Mi esposo me ventilaba con lo que encontraba a mano”. Fanny Santos tiene 45 años. Fue a Cuba en 1989 con una beca para estudiar historia.
Un año después de su llegada a la isla, empezó el período especial. Las condiciones cambiaron pero el Estado no dejó de darle comida, albergue y educación, a pesar de las dificultades económicas.
Como extranjera sufrió las mismas restricciones que tenían los cubanos. Por ejemplo, en la alimentación, dentro de las posibilidades, dice que la comida no era nada maravillosa, pero era lo que podían ofrecerles.
Es un mérito enorme el que el Estado cubano, pobre y bloqueado mantenga a los suyos y a miles de extranjeros, asegura esta quiteña.
“En el período 89-90 éramos 25 000 becados”.
“Los años más difíciles fueron cuando di a luz a mi hija en 1993. Era un año donde la luz eléctrica escaseaba. El ‘alumbrón’, durante el día era de cuatro horas. Por la noche era de doce a seis de la mañana”.
“Este tipo de cosas hace que uno valore otras cosas en la vida, aparte de que sí son dificultades pero después sabes lo que significa un plato de comida, la luz, el agua y todo el esfuerzo que el gobierno cubano a pesar de todas la dificultades que tiene y hace logra que sea una buena utopía”.
“A veces creo que no es el socialismo en sí el que no funciona sino creo que somos los seres humanos que tenemos muchas trabas, aspiramos a veces más de lo que se puede. Eso también ha ido deteriorando muchas relaciones con respecto al mismo sistema cubano”.
Fanny conoció a gente que defendía la revolución y que estaba convencida de que funcionaba.
“El convencido, y es lo que a uno le fortalece, es la persona que te dice que el sistema es bueno porque sus hijos no están en la calle, no están pidiendo caridad. Me decían que sirve porque podemos seguir estudiando, podemos seguir preparándonos, y sirve también porque creamos buenos profesionales”.
“La revolución implantó cosas buenas y esas son las que no hay que perder como la educación y la salud completamente gratuitas”.
La revolución hizo de los cubanos unas personas creativas. Les hizo estar creando cosas nuevas sin tener las condiciones económicas.
El cubano es una persona generosa, solidaria, buena. “Ellos no te dan lo que les sobra, comparten todo lo que tienen. A ellos no les sobra nada”.
“Fue una época muy fuerte pero me acuerdo de las cosas buenas y no de las malas. Regresé al Ecuador en el 94 y empecé a trabajar acá por la solidaridad con Cuba pues creo que el ser humano tiene que ser agradecido con alguien que le dio algo gratis y con esfuerzo tremendo. Salimos buenos profesionales”.