Una escuela para mitigar el horror de la guerra en los niños sirios

Una habitación sin calefacción, con viejos pupitres y una pizarra se ha convertido para docenas de niños sirios en una salida al horror de la guerra y una puerta al futuro desde el campamento de refugiados en el que viven en Bulgaria.

En la localidad de Harmanli, a 50 kilómetros de la frontera turca, lo que un día fue una base  del Ejército búlgaro, alberga hoy un centro de acogida en el que 1 750 personas, de ellos 1 200 sirios, viven sin poder salir al exterior y en pésimas condiciones.

Entre ellos, muchos niños y jóvenes, a los que un grupo de voluntarios, refugiados también, están tratando de dar esperanza mediante un improvisado colegio.

"Considero que es cumplir con mi deber ayudar a estos niños, traumatizados por las escenas de bombardeos, tiroteos y sufrimiento que han visto en su país", explica a Efe Mohammad, uno de los docentes, que antes del conflicto trabajaba como diseñador de interiores.

Este joven de 27 años, que llegó hace dos meses a Harmanli, es uno de 12 sirios de distintas profesiones que tuvieron la iniciativa de transformar una pequeña sala de 20 metros cuadrados en un aula.

Inicialmente, las clases, que incluyen conceptos básicos de matemáticas, inglés, biología y, sobre todo, mucha pintura, tenían lugar en colchones sobre el suelo de hormigón, mientras las temperaturas afuera rondan el bajo cero.

Poco a poco la situación ha ido mejorando y las autoridades búlgaras y donantes privados han entregado mesas, cuadernos, tizas, una pizarra y hasta un par de láminas que muestran la fauna que habita las montañas búlgaras.

Unos cien menores, de entre 5 y 16, años acuden a las clases, en cuatro grupos repartidos según la edad. El horario lectivo es de 09:00 a 17:30, detalla Mohammad.

El ‘colegio’ cuenta con dos ordenadores muy viejos y sin conexión a Internet, en una muestra más del aislamiento de los refugiados, a los que no se le permite salir del recinto.

"No tengo ni libros en árabe, ni un simple reproductor de DVD para poner películas y música a los alumnos. Todo es muy primitivo e improvisado. Pero es mejor hacer algo, en vez de sentarse y no hacer nada", apunta el docente. Siempre da clases vestido con una gruesa chaqueta y un abrigado gorro, al igual que sus alumnos, para combatir el frío en el aula.

Pese a lo precario de esta escuela, el profesor asegura que todos están contentos y que el entusiasmo de los niños es tal que acuden impacientes a clase antes de la hora que comienzan las lecciones.

"Estábamos todo el tiempo afuera, sin hacer nada especial. Tanto los niños como los adultos. Era aburrido hasta la depresión. Ahora, con la escuela, es interesante", relata Eva, de 12 años, que llegó al campamento con sus padres en noviembre, procedentes de la ciudad siria de Hamma.

Las clases tienen su efecto positivo también para la veintena de niños que están en el centro sin sus padres, muertos o desaparecidos durante el peligroso viaje hasta Bulgaria, asegura Mohammad.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha tomado cartas en el asunto y acaba de instalar una carpa donde quiere montar un punto de atención en Harmanli.

"Será un centro recreativo que tendrá tanto una parte educativa como de actividades divertidas para los niños, con ordenadores que se utilizarán tanto para la enseñanza de los pequeños como para comunicación de los adultos", explica a Efe el portavoz de ACNUR en Bulgaria, Boris Cheshirkov.

La iniciativa de ACNUR es parte de su estrategia para apoyar la futura integración de estos niños y sus padres, que cuando reciban oficialmente el estatuto de refugiado tendrán que abandonar el centro para buscar trabajo y domicilio en el país balcánico.

Más de 11 000 refugiados, en su mayoría sirios, llegaron el año pasado a Bulgaria, el país más pobre de la UE, y más de 4 000 se encuentran aún en centros como el de Harmanli, esperando a que se tramite su petición de asilo.

Pero la mayoría de los sirios que están en Bulgaria no tienen intención de quedarse sino que esperan recibir sus documentos de identidad para seguir su viaje hacia otros países europeos, sobre todo Alemania y Suecia, donde muchos tienen ya familiares.

Mientras tanto, el colegio sirve a los niños sirios para mantener vivos sus sueños.

Asma, de 11 años, aspira a ser pintora, aunque se queja de que en el colegio apenas hay materiales para dibujar. Otra niña, Nur, de 14 años de edad, quiere preservar la cultura popular de su Siria natal. "Quiero ser una famosa cantante de canciones nacionales sirias”.

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